“Tartufo” está escrita en 1663. Es cuadro de costumbres, comedia de caracteres, sátira social…
Nos cuenta Moliere un cuento: en una casa de bien vivir se introduce un sujeto que solapadamente pretende personas y bienes para sí. En su conducta se muestra ministro de ideologías altamente puritanas, predicando una falsa moral exclusivista y retrógrada. Hasta que es desenmascarado en sus intenciones. Es el “cuento” titulado “Tartufo o el impostor”: su grandeza, la puesta en escena de Focus y la excelente interpretación de Viyuela; su agudeza, ajustar los textos y acomodarlos a los tiempos actuales.
“Tartufo” se mueve, en clave de comedia, por territorios en los que prevalece la apariencia, la falsedad, la mentira, el engaño; un impostor que trata, esencialmente, de acomodar el mundo a sí mismo, sin pararse en contemplar a los demás si no es en beneficio propio. Por ello es falsamente humilde, falsamente caritativo, falsamente comprensivo, dialogante, humano o servicial; y será, ciertamente, todo lo contrario, un impostor que no duda en ser legítimamente autoritario, manipulador, cruel, lascivo, impertinente… reafirmando su carácter de embaucador; más sin que se le note, sin mostrar esa alevosa disposición de carácter.
Una vez iniciado el espectáculo vemos una compañía de teatro que está ensayando “Tartufo”. Pero el director no tiene claro todavía la idea de puesta en escena. Piensa que puede ir hacia algo tradicional o quizás contemporáneo…; vemos un escenario con percheros y vestuario, mesas de maquillaje, algunas sillas… Es un escenario donde se diría que están ensayando algo que está en proceso, todavía no definido… Y los actores y el director en ropa de calle.
La presencia en escena de la chica de la limpieza dará la clave: harán el Tartufo desde el punto de vista de ella, integrándola a su vez (guiño permisivo del teatro) como uno de los personajes –Dorina, la criada-.
El elenco de intérpretes (magníficos todos, sin excepción) se mueve en dos planos de ficción: en primer lugar, desde ellos mismos, haciendo como que buscan una puesta en escena eficaz que se acerque al ambiente ideológico de nuestros días (en este nivel o plano interpretativo la compañía de teatro busca una vía expresiva eficaz que, sin traicionar texto ni autor, facilite desarrollar una puesta en escena contemporánea, que contenga tanto el espíritu del “Tartufo” del siglo XVII como la actualidad de la propuesta escénica). El segundo nivel interpretativo está localizado desde el momento en que los interpretes asumen cada uno de los personajes de la obra original.
Por eso, a veces, aspectos como la iluminación se presenta con luz de ensayo que recrea un ambiente especifico de personajes tartufianos, o subraya una acción o una escena determinante. Por eso a veces, los personajes visten como visten los intérpretes (Silvia Espigado, Paco Déniz o María Rivera), y otras lo hacen como visten sus personajes (Elmira, Orgón o Dorina); y por eso, a veces un solo aplique de vestuario, un sombrero o un color bastan para conducirnos con facilidad de un nivel a otro nivel.
En cuanto a la escenografía se presenta como un lugar de ensayo donde percheros, mesas o sillas se convierten en un elemento altamente activo, vivo, integrador y puente entre los diferentes y complementarios niveles.
En estos dos planos interpretativos se desarrolla la puesta en escena del “Tartufo” que vimos el pasado día 23 junio, noche de San Juan, en Chinchilla; puesta en escena (con dirección y dramaturgia de Ernesto Caballero) que respira un juego escénico en el que los intérpretes mantienen un contacto expresivo y generoso tanto con los compañeros como con el público, facilitando la frase tantas veces comentada de “el teatro como arte colectivo”.
Como resultado, el ritmo vital del espectáculo fluye, evoluciona, trasladándonos de una escena a otra sin esfuerzo, desarrollando una armonía exclusiva que engloba también al espectador, haciéndole respirar, reír, suspirar o enmudecer como una piedra. Eso es lo que vimos: una puesta en escena muy teatral.
Mágico teatro.
¡Salud!
Paco Alberola