Si yo les dijera a ustedes lo siguiente:
“Nasnuerb hidb lsu durbanys, vmlaix opd sheubbxods”, Para a continuación añadir: kjhsjfhj!! Bcvagred sedfayu! ¿’ñliljjfhonbs fhyrvu? Hsdcte tmocta. Hvantvszxrde”, seguramente ustedes no entenderían nada, y si esto sucediera en un espectáculo dentro de una sala de teatro, la abandonarían y posiblemente exigirían devolución del importe de las entradas. Más, si usted, apreciado espectador, conociera que lo que se está representando es el episodio de los molinos de viento de la novela de Cervantes, Don Quijote, usted, con certeza, asombrado, aplaudiría el recurso sonoro y entendería perfectamente la acción que hace el personaje contra esos gigantes, que él –el títere, en este caso- ve en su imaginación como si fueran seres descomunales y monstruosos, de grandes y largos brazos –aunque el molino y las aspas a las que se enfrenta, en la versión de Bambalina, titulada ‘Don Quijote’, sea un paraguas abierto que gira y gira frente al asombro del títere, que en su imaginación ve lo que ve. Y muy probablemente, usted lo que oiría, en su interior, sería: “Non fuyades, cobardes y viles criaturas; que un solo caballero es el que os acomete, (…) que es gran servicio quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra”. Y volvería a aplaudir. Ésta es la grandeza del títere y de su manipulación.
La totalidad de la obra, desde el principio hasta el final, está verbalizada en un lenguaje indeterminado compuesto de sonidos extraños, en los principios incoherente al oído e ininteligible; es un lenguaje inventado que pone el énfasis en la percepción e intencionalidad de los conceptos, en el ritmo vital de las frases disformes, en las pausas y en la escucha del mensaje del otro personaje, en el volumen o cantidad de energía sonora, en la aproximación hacia lo verbal desde la periferia de la palabra castellana, implícita, pero ausente en la totalidad de la propuesta escénica.
Bambalina Teatre recupera una puesta en escena arcaica –de finales del siglo pasado- sobre Don Quijote y lo hace de manera exquisita, y alucinante en diversos momentos. Un trabajo así, de este calibre, sólo se puede hacer cuando se tiene un conocimiento exhaustivo del hecho teatral, al igual que un conocimiento íntegro de la manipulación de objetos y títeres, como recurso escénico. Y no sólo eso. Bambalina va más allá y así vemos en el juego interpretativo que establecen sobre la extensa mesa donde acontece la historia que nos cuentan –dos únicos manipuladores-, que hay particularidades, registros y propuestas significativas e interesantes que hay que tener muy en cuenta: una, el títere es consciente en lo que es –títere- pero también es consciente de que es un personaje –se dirige al que le está manipulando para pedirle opinión o que le moje el dedo para poder pasar la página del libro que lee-; dos, el manipulador es manipulador –que mueve los brazos del títere, lo desplaza, lo sienta, que hace evolucionar los fantasmas que atacan a nuestro personaje -fantasmas de la Cueva de Montesinos-, etcétera, pero también es personaje en ocasiones –es el caballero que combate contra Don Quijote, con armadura y espada, o aldeanos cuando, en la venta mantean sin compasión a Sancho, o el que, espada en mano, ordena caballero a don Quijote-; tres, el manipulador es también otro títere cuando con su antebrazo forma la cabalgadura –Rucio y Rocinante- con que Don Quijote y Sancho cabalgan, por los caminos de una España despoblada, vacía, oscura, quizás La Mancha o las tierras baldías de parte de Aragón…
Por último, el manipulador es escenografía para que el títere, ser superior en todos los aspectos al que le manipula, muestre su arte interpretativa y agrande su expresividad, subiéndose –por ejemplo- sobre los hombros de uno de los manipuladores como si fuera una loma alta o montículo desde donde divisar el páramo -o los montes de Sierra Morena-. En la propuesta aún hay una vuelta de tuerca más, que ya existe en la novela, -que Bambalina resuelve magníficamente- y es aquélla en la que el títere Don Quijote y el títere Sancho, personajes de ficción, contemplan una representación de títeres –los de maese Pedro, titiritero- y en la que nuestro alucinado caballero se lía a tortazos con los mini títeres, destrozándolos, en un sutil ejercicio de teatro dentro del teatro, audaz, osado.
Esencialmente ‘Don Quijote de La Mancha’, de Cervantes está contenido en la hora y pico que dura el espectáculo de Bambalina. Hay una sensibilidad exquisita en la propuesta escénica, que, como una neblina, impregna e irradia sobre el espectáculo, que está incluso por encima de los espectadores y de los manipuladores; es el ambiente que se crea en connivencia con el espacio y el lugar de la representación, con sus luces -velas-, la banda sonora –humana-, los sonidos onomatopéyicos y guturales –a veces ásperos, rudos-, y sobre todo por el contraste fabuloso, y fastuoso –bello- que se da entre la corporeidad y dimensiones del colectivo –manipuladores y títeres- presente en la escena, dimensiones que van desde los 40 centímetros de Don Quijote, –tamaño de una garrafa de aceite-, a la de los manipuladores -casi armarios-, con la del mini títere, de apenas cinco centímetros –tamaño cucharilla de café-…, en perfecta armonía y congruencia.
Por ultimo, apuntar sobre los títeres y su manipulación el concepto de su doble textura y dimensión, pues, por un lado es el muñeco articulado, con sus dimensiones físicas, vestuario, capacidad articularia, etc.; y por otro es su manipulador –a vista de público- que lo porta, lo mueve, le presta voz, empaque, presencia escénica, energía, aliento, ritmo, y hasta capacidad para acciones que tienen que ver con pensar, meditar, organizar, decidir, y por supuesto amar, compartir, optar, defender, o todo lo contrario, negar, ocultar, hacer daño, traicionar, etc. Esta doble dimensión se debe “ver” –estar presente- en cada representación y en cada una de las propuestas en las que intervienen los títeres: sólo así coexisten, en la duplicidad, en donde viven ambos, y nunca por separado. Lo hemos visto estos días; lo estamos viendo también con Bambalina Teatre, y disfrutando.
Asombroso, podemos decir que títeres, manipuladores, teatro en general, mundos complementarios en su disparidad, están sabiamente contenidos y organizados en la oferta de Bambalina, tácita en su propuesta escénica. Por eso trasciende. Y atrapa.
Festitíteres, en Alicante, no acaba hasta el 12 de diciembre. Y en Elche, en la Sala La Carreta, el compañero titiritero Paco Guirado me indica que hay programación para este viernes y sábado. ¡Ché, que bo!
¡Salud y Teatro!
Paco Alberola
Elx, 9/12/2021