‘El viejo y el mar'

El mar, superficie sin fondo, obscuridad mayúscula, movimiento continuo invisible, calma excelsa, límite estricto, herida abierta que mana y ruge como un vendaval escondido o grito camuflado, no es un personaje que pudiera hablar, moverse de lugar, acometer acciones o gesticular.

A lo largo de la historia del teatro lo encontramos facilitando diversas dramaturgias, que van desde el teatro de entretenimiento, Auto de la Barca del Infierno, de Gil Vicente, en el siglo XVI, hasta el teatro del absurdo del siglo XX, como En alta mar, de V. Mrozek (Grande: “Fermín! Suéltese inmediatamente de la balsa y ahóguese. ¡Es una orden!”).

Lo han integrado autores en toda época, en todos los estilos y categorías escénicas: desde la comedia mágica de Shakespeare, La tempestad (Miranda: “Si con vuestro arte, querido padre, habéis hecho rugir estas salvajes olas, aplacadlas…”); hasta el vergonzoso peregrinaje del buque mercante repleto de pasajeros surcando las aguas de un mar infinito, huérfano de puerto en el que atracar, como es San Juan, teatro político, de Max Aub (Efrain: “Con este mar tan quieto… Parece un espejo de oro.”); igualmente el mar está presente en una de las obras cortas de Azorín titulada La arañita en el espejo, dentro de un tipo de teatro que podemos calificar de emotivo (Leonor: “El azul del mar se funde en el horizonte con el azul del cielo… El mar es alegre y es triste.”), y en el teatro grotesco representado por el Ubu Rey de Alfred Jarry.

La figura del mar en la historia del teatro en ESCENA
Escena de ‘El viejo y el mar’

El mar es algo envolvente que, desde su inmovilidad, energía y capacidad de cambio modifica, o puede modificar, la acción de los personajes en el teatro. Es un elemento altamente dinámico, que en general, facilita el encuentro, el traslado, acerca a las gentes, colabora para que la distancia entre pueblos sea superada; o, por el contrario, es bestia feroz que entorpece, dificulta, altera el viaje y la meta, provocando que la tragedia esté presente. Recordemos Los Persas de Esquilo, en el siglo V a. C., tragedia coral o lamento por la pérdida de toda una milicia engullida por las aguas del Mediterráneo (Coro: “Llenas están de cadáveres las costas de Salamina”).

La inclusión del mar en lo teatral viene de lejos, como hemos visto. En el teatro del Siglo de Oro será difícil encontrarlo cumpliendo otro papel que no sea el del que prepara el enfrentamiento o encuentro bélico, y así estará presente en comedias como El Príncipe constante, de Calderón, El Hamete de Toledo, de Lope, o de Cervantes Los baños de Argel, (Niño Francisco: “Dejadme ver el mar, donde navega / el bien que el cielo, por mi mal me niega.”). Más próximo a nuestro tiempo lo encontramos en el romanticismo del siglo XIX como es Mar y cielo, de Angel Guimerá; en La Dama del mar, de Ibsen; y, más cercano a nuestros días en El mono peludo, de O´Neill, o La barca sin pescador, de Casona.

Dentro del teatro contemporáneo, lo encontramos en tres autores: en Alberto Conejero, con El Mar. Visión de unos niños que no lo han visto nunca; en Juan Luis Mira, con Mar de almendros (Mariola: “El mar es como el aire, es solo uno y , por muy distinto que parezca, siempre es el mismo.”) y El mar en el bolsillo; y en Antonio Cremades, con Estrecho, (Rachid: “Delante de nosotros hay un muro.”),  Diario de Calais (Brhane: “…una peligrosa travesía en un barco destartalado atestado hasta la bandera…”) y La mina de sal (Lola: “Hubiera sido todo tan distinto. Lo primero que, en lugar de jugarte la vida en una patera, te hubiesen traído en avión, cómodamente instalado…”). Curiosamente en estas obras de Cremades el mar –un murallón- está firmemente unido y relacionado con la emigración y, en las tres el emigrante es el protagonista.

Por último, el mar, también es lugar de recreo y de ocio, y así ha llegado a tomar forma de un espléndido festival de teatro que se realiza en San Pedro del Pinatar, a unos cientos de metros de la playa, mar adentro, durante la primavera. Se denomina Festival de artes escénicas de pequeño formato. MicroTeatro ALMAR. En él, el escenario lo forman barcas clásicas de pescadores, desde donde actúan los intérpretes, mientras que el público contempla el espectáculo posicionado en las embarcaciones de recreo, a caballo del oleaje, frente a la acuática representación marítima.

El mar es un elemento recurrente a lo largo de la historia del teatro. Según se acerque hacia la comedia o hacia la tragedia, será amable como un ángel, o arisco como un monstruo. Como vemos, en su seno hay lugar tanto para la tormenta como para la esperanza.

¡Salud y Teatro!

Paco Alberola

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Actor, director de escena, docente y autor. Doctor por la Universidad de Murcia. Ex profesor de la Escuela Superior de Arte Dramático de Murcia. Ex director artístico del Festival Medieval de Teatro y Música Medieval de Elche.

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