El último trabajo de La Zaranda, ‘La batalla de los ausentes’, es una parodia en la que denuncian, una vez más, los conflictos armados, de cualquier lugar, en cualquier tiempo, el engranaje irracional del poder y sus gobiernos, lo absurdo de muchas acciones humanas calificadas como heroicas… Su teatro es teatro profundo, un teatro aparentemente de cuatro perras…, pero intenso, digno, entero… En un país desesperado como el nuestro, en el que todo corre-corre, me aventuro a ver por enésima vez a los zarándulos, en el Gran Teatro de Elche, inmutables, mensaje sencillo, formula liviana; al igual que me aventuro a ver a los jóvenes que presentaron su espectáculo ‘Shima’ dentro del festival Abril en Danza. Aquellos me transportan a la pintura oscura, deforme, visceral de José Gutiérrez Solana, y también a la soledad inmensa de la pintura del griego Giorgio De Chiricco, llena de un vacío silencioso y enigmático; mientras que la joven compañía de danza me acerca, por su elegancia, nitidez cromática y lirismo asimétrico al florentino renacentista Sandro Botticelli, en su tan liviana pintura y espuma; y a Joaquín Sorolla por su luminismo, o su luminosidad.
Tras cuarenta años de deambular por escenarios propios y extraños, la compañía de teatro La Zaranda es conocida por su particular y característica manera de creación, identificable en todo momento. Mientras que de Lali Ayguadé Company, colectivo de danza, sabemos algo menos. Comparar los trabajos que ambas compañías realizan podría parecer extravagante en principio, pero intentaré mostrar que entrambas, aun estando alejadas, forman parte de lo que desde hace unos años se denominan las artes escénicas, y, que, también, comparten parámetros, sin los cuales, no podríamos convenir que ambos colectivos forman parte significativa de las artes escénicas. En un lapso temporal de veinticuatro horas tuve la oportunidad de ver estos dos trabajos, tan distintos y a la vez tan semejantes, y por qué no, complementarios: la compañía de Huelva desde el más puro teatro; la de Barcelona desde la más estricta danza. Ambos forman haz y envés del universal arte escénico.
Desde la forma externa, a La Zaranda se le reconoce a ciegas, a oscuras y a distancia: bastaría escuchar los sonidos que ambientan sus trabajos, el balbuceo, la repetición, las frases dichas al unísono y también las dichas por cada uno en tiempos distintos, o con ligeras variaciones de contenido, y por tanto de significado –gags-; también se les reconoce por el sonido que emiten con su deambular arrastrando pies, trasponiendo objetos, remolcando materiales, cerrando o abriendo, amontonando, dejando caer, apilando, apartando o juntando… Los intérpretes, aparentemente siempre los mismos, se relacionan entre los tres formando un triunvirato particularmente genial; la formula básica que utilizan o el formato que trabajan, mejor dicho, es la estructura singular, característica y tradicional de la pareja de payasos: el bobo y el listo, presente, aunque no evidente a vista del espectador.
En cuanto al contenido, baste recordar algunos de sus trabajos y cómo los titulan: ‘Ahora todo es noche’, ‘El grito en el cielo’, ‘El régimen del pienso’, ‘Los que ríen los últimos’, ‘Cuando la vida eterna se acabe’, ‘Perdonen la tristeza’… en los que los personajes, pasajeros, utilizan registros parejos, así como el juego con los objetos, la repetición, lo absurdo de las situaciones límite en las que se encuentran, versatilidad escenográfica, banda sonora épico-circense-semana santera, lo decadente, lo inservible, lo descacharrado elevado a categoría de utilería de primer orden… Los personajes, de alma frágil, cargan a veces con una pena o condena, una necesidad de ser, de reivindicar la vida digna que se les niega; suelen transgredir el tiempo, yendo siempre un poco más allá de si mismos persiguiendo expiar la culpa…. Se hacen atemporales a fuerza de estar arrimados fuertemente al presente continuo que les ha tocado vivir, sin pausa, sin respiro, como cautivos de argolla en cuello…
Apenas unas horas antes, el día anterior, en la sala L´Escorxador de Elche, –Abril en Danza-, pudimos disfrutar de un trabajo de danza, ‘Shima’, tan limpio, tan aséptico, tan volátil… en el que no había palabra, ni escenografía, sólo un espacio escénico limpio, desértico, y unos cuerpos, que, de a dos, se movían modulando universo de actitudes, posiciones corporales, gestos… «Nuestros cuerpos acaban siendo pequeños en el espacio, pero nuestra imaginación nos da la oportunidad de ir más allá de nuestras fronteras físicas y acabar con los límites. Nuestra mente (…) es una herramienta maravillosa que hace que todo lo que conectes con tu cuerpo se convierta en otro camino para buscar y alcanzar la virtuosidad», comenta la directora de la compañía.
Ambos espectáculos forman las dos caras de una misma moneda: si en una de ellas se manifiesta la palabra, el personaje torpe, la escenografía apócrifa, quimérica, en la otra se muestra el movimiento encadenado articulado y fragmentado, la anti escenografía, el gesto mínimo o máximo, el mensaje y objetivo vacuo y minúsculo, el vestuario correcto y actual, el no personaje… Con ‘Shima’ encontré un segundo de paz profunda, como si yo mismo, estando sentado en la grada estuviera a la vez en el espacio dancístico, disfrutando de la extremada atención e intención corporal con la que respiraban los danzantes efímeros, desleídos…. ángeles con forma humana, cabriolando y evolucionando por los espacios, cubiertos con gorra o camisa, sin más. Es tan simple lo que hacían y lo hacían con tanta pericia y maña que se diría que son unos jóvenes in-articulados, o desarticulados, que sólo tienen las imprescindibles, apenas dos o tres, para asombrarnos… Llenan el espacio con una energía limpia, blanca, fugaz… que trasciende más allá de ellos mismos, aliviando, nutriendo el aire, oxigenándolo. Son el presente inmediato. Han nacido anteayer, sin exagerar, rinden arduo trabajo y alumbran formas.
Trabajos escénicos de excelente calidad artística similares (‘La batalla de los ausentes’ de Huelva y ‘Shima’ de Barcelona) colocan el listón muy alto a la hora de valorar lo que se programa, o lo que se pone sobre un escenario para goce y disfrute del ciudadano. Me gusta alternar las distintas propuestas que a veces en cortos espacios de tiempo, un día o dos, se pueden ver actualmente en Elche, en Alicante y alrededores. No hay distancias de ningún tipo que nos acoten si sabemos o podemos salvarlas. El arte efímero del teatro, y por consiguiente de las artes escénicas, es nada más que eso, un segundo y medio de placidez, de acción total de tiempo sin tiempo.
El teatro de La Zaranda desde siempre se ha mantenido en la trinchera, nunca mejor dicho. Se ha expuesto a que le digan de todo, a que le hagan de todo. Han reescrito la historia de España en imágenes, cuadros pictóricos en movimiento, enfatizando su quehacer en las situaciones colectivas en las que se está al borde del precipicio; y afortunadamente su teatro no se ha visto ametrallado como otros periódicos, editoriales o personas que también, desde el arte, han dicho ¡basta! a la barbarie de estos tiempos. Hace unos días, una vez más vimos el lado oculto de la luna cuando se subió el telón y comenzó ‘La batalla de los ausentes’ o ‘Shima’.
En ambos, esencialmente, vimos cuerpos, como instrumento expresivo. Lo demás fue espacio y es tiempo. Y materiales de apoyo: banda sonora, iluminación, escenografía, caracterización, etc. Es decir, lo que denominamos artes escénicas.
¡Salud y teatro!
Paco Alberola
Que alegría que se puedan disfrutar espectáculos como estos en Elche, y gracias por tu visión, Paco.
Por cierto, creo que la Zaranda nació en Jerez de la Frontera, Cádiz.