Hace unos días, en la 41ª edición del Festival Sagunt a Escena vimos la propuesta teatral Medusa, una producción del Festival de Mérida, Pentación y Coribante Producciones.
Declaro haber asistido a la representación motivado por un doble reclamo: el de la intérprete y el del personaje Medusa. Me estimulaba ver a Victoria Abril desde el cine aventurada a la escena, un ejercicio no exento de cierto riesgo. Y me movía ver cómo asumía interpretativamente el enigmático y en cierto modo feroz personaje de Medusa, la de cabellos de serpientes.
Lo primero que me sorprende al llegar al teatro romano, aparte del propio recinto, es el inmenso espacio escénico que ocupa la escenografía, compuesta de grandes cabezas de serpiente con colmillos exageradamente grandes que emergen de un suelo rojo intenso (junto a otros colores, como el amarillo brillante oro o plata, los ocres o los marrones) y una estructura circular con la efigie de Medusa, que dan al conjunto un aire de algo que se asemeja a una especie de parque temático. Al mismo tiempo que me agrada, me pone en alerta.
Sobre la escena hay un grupo de muchachos/as musculados, que en ropas mínimas se entretienen haciendo pequeñas coreografías de combate, no se sabe muy bien por qué, seguramente como mantenedores o teloneros del espectáculo que, inmediato, va a comenzar.
Enseguida compruebo que Medusa es una producción de gran impacto, protagonizada únicamente por Victoria Abril; desde los asientos del teatro romano se ve y se escucha perfectamente todo lo que acontece en la escena, grandiosa siempre, igual que nuestra eléctrica actriz. Pero…
La propuesta es un desacierto continuo: desde el texto –de lo más obvio-, desde la interpretación –no hay creatividad- y desde la puesta en escena, diseñada al servicio de la cabeza de cartel de nuestra internacional intérprete.
Ella, que tan buenos y sólidos trabajos ha realizado en cine, al cambiar de registro y venir al arte efímero del teatro, zozobra en un mar océano en el que le cuesta mantenerse a flote. No desarrolla recursos interpretativos, o no los manifiesta, salvo la buena dicción, dominio del espacio, presencia escénica…

A este respecto, hay que decir que el personaje Medusa está mediatizado por dos elementos condicionantes que lo hacen extremadamente particular, que son los que le imprimen carácter; los dos proceden de la maldición de la “malvada” diosa Atenea: uno será la mirada petrificadora, que le impide relacionarse con otros humanos, y en segundo lugar el tener por cabellos una maraña de serpientes.
Ambos elementos son suficientes para crear un clima de actuación determinante, un ámbito conflictivo eficaz del personaje, o una dinámica escénica sugerente, casi explosiva. Porque, ¿cómo es posible que el personaje no se relacione con ese nido de reptiles que lleva sobre su cabeza? ¿Cómo no rechazar su siseo o su aliento, o, por el contrario, asumirlo o aceptarlo como un halo divino? ¿Cómo no asombrarse con esa colmena-avispero y no trasmutar o transmitir con el propio cuerpo algo del movimiento de estos sinuosos, lascivos, embaucadores, acechantes y temerarios seres? Ahí, decae nuestra intérprete, quizás porque ahí ha tropezado la dirección de actores.
La puesta en escena es un galimatías de estilos. ¿Es una comedieta o una tragedia heroica? ¿Un drama, o quizás una tragedia anunciada en la que Medusa es decapitada? ¿O será comedia histórica, puesto que la protagonista nos relata su vida, desde que fue violada, doncella? ¿Será comedia de fantasía, de carácter, de ideas, sentimental? ¿Comedia rústica, ecológica, europeísta, antibélica, o comedia social, proteccionista? En esencia, ¿es teatro crítico o teatro amable? En las notas que tomo a pie de escena anoto, con un punto de ironía, lo siguiente: «Creo que podría ser comedia hagiográfica, pues en ella se dan las condiciones para la pronta beatificación de Santa Medusa/Victoria Abril». Pero no estoy del todo convencido.

Lo más acertado sea, quizás, decir que es una comedia musical, teniendo en cuenta que hay varias coreografías corales de danza y combate, y que existe por el escenario un personaje que de vez en cuando canta, a modo de corifeo. Sí, quizás sea eso: una comedia musical atemporal. Por imaginar, Medusa podría ser, incluso, un auto sacramental de exaltación de la bondad innata del personaje frente a la maldad infame de la antipática diosa Atenea y sus aliados, el bobo y pretencioso Perseo o el temible Poseidón. Al final, lo que vemos es un espectáculo de buenos y malos, en el que unos son víctimas (los buenos) y otros verdugos (los malos).
Medusa es un espectáculo montado para el agradable verano, que funciona más allá de su título y de ser un personaje mitológico. La producción, si fuera Perico de los Palotes o La Niña de los Peines, habría funcionado igual de haberlo capitaneado nuestra famosa actriz.
Medusa es un producto comercial en el que todo gira alrededor de Victoria Abril y en el que ella se encuentra a sus anchas interpretándose a sí misma, que no al personaje. Medusa es una operación de mercado cultural, de industria del ocio veraniego, sin más.
Afortunadamente también hubo algunos momentos buenos, correctamente compuestos, insuficientes en todo caso para decir que Medusa, escrita y dirigida por Jose María del Castillo, sea un buen trabajo escénico en su conjunto.
También es cierto que, al final de la representación el público se levantó resuelto a aplaudir (seguramente para agradecer el trabajo mostrado, no por la dureza de los asientos y extensión excesiva de la obra).
Para finalizar, rescato unas palabras de Inma Expósito, directora artística de Sagunt a Escena que, en programa dice: «El arte escénico nos enriquece la existencia, (…) nos permite vivir experiencias únicas, (…) hace que nuestra cotidianeidad acontezca más cargada de sentido y belleza. (…) Sagunt a Escena viene a interpelarnos de manera constante a través de los clásicos». Y tiene toda la razón.
Les invito a ver Medusa, espectáculo de los llamados multidisciplinar, y a su personaje protagonista, la mítica Medusa, “la de bellas mejillas”.
¡Salud y Teatro!
Paco Alberola










