La segunda edición del festival de ficción criminal Alicante Noir traerá a la ciudad del 21 al 25 de septiembre, entre otros destacados autores del género negro, a Benito Olmo, autor de exitosas novelas como La maniobra de la tortuga, El Gran Rojo o La tragedia del girasol. Olmo participará en una mesa redonda titulada “En la mente del asesino”, junto al también escritor Carlos Salem, el próximo sábado 24 de septiembre a las 12:00 horas en el Espacio Séneca. La entrada es gratuita pero se puede reservar plaza escribiendo un correo a: contacto@alicantenoir.com
Las obras de Benito Olmo han recibido numerosos reconocimientos, resultando finalistas del III Premio Santa Cruz, el I Premio Negra y Mortal, el III Premio Cartagena Negra a la mejor novela publicada en 2018 y el Tormo Negro-Masfarné 2019, entre otros.
Ante su inminente participación en Alicante Noir, quisimos entrevistar al autor gaditano, actualmente afincado en Madrid, para conocer los motivos que le llevaron a dedicar su talento a la novela negra y adentrarnos de forma particular en La maniobra de la tortuga (Suma, 2016), que recientemente se ha llevado al cine bajo la dirección de Juan Miguel del Castillo.
El protagonista de La maniobra de la tortuga, el inspector Manuel Bianquetti, es un hombretón dos metros con un pasado que le aflige, una ruda personalidad y una forma de vivir la vida al margen de las normas establecidas. ¿Los personajes atormentados, con un poso de bondad y ansias de justicia, son idóneos para atraer las simpatías del lector en una novela de género negro?
Personalmente creo que los personajes deben ser imperfectos. Yo recelo cuando alguien es demasiado perfecto, tanto en la vida real como en las novelas. Cada vez que me plantan a un investigador que es alto, guapo, más inteligente que la media, un encanto… desconfío. Prefiero personajes imperfectos. En concreto el inspector Bianquetti es rudo, feo, tiene una carga emocional muy importante debido a su pasado, lo cual le impide tener relaciones sociales de una forma normal. Su primera respuesta es prácticamente un ladrido… Eso lo hace más cercano, más próximo a nosotros y es más sencillo empatizar con un personaje así, porque es la forma de que sea creíble. Un personaje que no tenga carga social no va a ser creíble y los lectores van a desconfiar y no van a conectar con él.
Al mismo tiempo, La maniobra de la tortuga es una novela negra muy canónica y necesitaba un investigador muy clásico que bebe de Chandler, Hammett, Michael Connelly, Highsmith… Ese poso de amargura que tienen todos esos protagonistas en todas esas novelas lo arraigo también en Bianquetti, a quien le coloco esta carga social por lo que le sucedió en Madrid, en su último destino. Llega a Cádiz desencantado de la vida, sabe que no puede confiar en nadie, que al final cuando las cosas vengan mal dadas va a estar solo y por eso desconfía de todo el mundo. Así que es fácil conectar con él por eso, porque es un perdedor y en el fondo creo que todos somos un poco perdedores.
El título de la novela alude a la reacción de la tortuga que se esconde en su caparazón para tratar de eludir el peligro. ¿Esta maniobra resulta útil a alguno de los personajes de la historia?
Creo que varios de los personajes hacen la maniobra de la tortuga, pero en última instancia es el lector quien tiene que desentrañar quién lo hace mejor, quién lo hace de manera más oportuna o quién está detrás de todo. Todos conocemos gente que hace esa maniobra, personas que son muy echadas para adelante pero que cuando llega el peligro esconden la cabecita y no vuelven a sacarla y hacen las cosas por detrás sin que nadie se entere. Esa maniobra me interesaba en la trama de la novela. Hay varios personajes que actúan así y te diría que el único que no hace la maniobra de la tortuga es precisamente Bianquetti. Es un tipo que siempre va de frente, siempre va de cara; está convencido de que tiene que hacer justicia con mayúsculas, no la ley en sí, sino que quien la hace la paga, una justicia mucho más pasional, más primitiva. Por eso se lleva también todas las hostias y los golpes, reales y figurados, no se esconde en ningún momento.
Precisamente su forma de ir por la vida le granjea muchos problemas con sus compañeros de comisaría. Lo fácil es condenar al primer sospechoso, cuando algún indicio apunte hacia él, aunque no haya demasiadas pruebas que los sostenga. Bianquetti, por ese afán de justicia, va contracorriente jugándose incluso su puesto de trabajo.
Eso ocurre en todos los trabajos. Siempre se ve al que no quiere complicarse la vida y quiere llegar a fin de mes sin más, y el que se implica. Normalmente las hostias se las lleva el que se implica. Mi último trabajo honrado antes de dedicarme a la escritura fue como policía portuario. Allí vi claramente cómo puedes ser policía portuario riguroso, puedes llevar a cabo un control exhaustivo de lo que hay, puedes hacer las cosas como debes hacerlas o puedes pasar del tema. Si ves algo y no estás seguro, pasar, estar en un segundo plano y no salir nunca de él, dejándolo todo pasar, sin pringarte.
¿Quién vive mejor? Evidentemente el que no se pringa, el que no tiene preocupaciones y entonces está más tranquilo, no se mete en broncas por los procedimientos con los superiores. Después de ver eso, tenía que meterlo en la novela, porque al final es parte de la vida. Todos tenemos compañeros en cualquier trabajo que no se implican, otros que sí, y sabemos quiénes lo pasan peor al final. Dan ganas de echarse al monte, decir “ahí os quedáis” y pasar de todo. Pero es verdad que muchas veces está en nuestra condición. Para ser pasota hay que valer. Y para llevarse las hostias, para encararse con todo y para hacer las cosas bien también hay que valer. Eso va en la dignidad, en la personalidad del individuo.
Esa actitud de implicarse mucho en un trabajo suele provocar que los compañeros “pasotas” se sientan amenazados.
Los pone en evidencia, sobre todo, al compañero que no ha hecho lo que tú sí. Se ve en todos los ámbitos.
Un tema muy presente en la novela es la violencia de género. El libro se mete en la piel de una víctima, que sufre las secuelas del miedo, que la acompaña durante años. ¿Qué le hizo decantarse por este asunto, desgraciadamente incrustado en la sociedad española?
La experiencia. Una persona muy cercana a mi pareja sufrió violencia de género, maltrato, de una forma además me atrevería a decir que fortuita. Conoció a un chico una noche, se lió con él, empezaron a salir y a conocerse. Fue un tipo normal hasta que un día se le cruzaron los cables y se convirtió en un monstruo. La maltrató, le pegó, la quiso encerrar… en fin, un drama. Cuando la chica lo denunció se enteró de que tenía más denuncias e incluso órdenes de alejamiento. Cuando conoces a alguien no le preguntas por sus antecedentes penales, evidentemente, pero este fenómeno está a nuestro alrededor y los maltratadores actúan con una impunidad alucinante.
Fui testigo de la indefensión que sufría esta chica. Incluso por parte de la administración la torpeza cuando fue a recoger un teléfono para pedir ayuda y se lo dieron sin cargador, de modo que no servía para nada. Un día fue a declarar ante el juez y ese mismo día, a la misma hora y en el mismo juzgado citaron a su maltratador, de modo que se iban a encontrar. Esa torpeza sucede; es el día a día de los juzgados, no sé si porque están aturrullados, pero está claro que el sistema no funciona. La novela me sirvió para señalar eso. No creo que una novela tenga que ser critica; una novela sirve para entretener, pero se puede utilizar para señalar lo que está mal y poder reflexionar.
Ligándolo con esta respuesta, ¿por qué cree que la novela negra despierta tanta fascinación entre los lectores? Algunos escritores que se dedican a este género apuntan que en parte permite al lector poner a prueba su sagacidad, adentrarse en la naturaleza humana, y tratar de descubrir al asesin. ¿Esa es una de las razones para usted o cree que hay otras?
Esa puede ser una razón. De hecho, el lector de novela negra es un lector muy complicado, muy difícil porque va a recelar de los sospechosos más habituales, de las respuestas más evidentes, va a intentar saber qué es lo que ha pasado por encima de todo… con lo cual no puedes aburrirle con descripciones. Tienes que escribir un tipo de novela muy rápida, con una dinámica en la que pasen cosas para enganchar al lector, para que el libro lo mantenga pegado a sus páginas.
Yo pienso que la lectura nos ayuda a entender el mundo, nos ayuda a entender la vida, nos ayuda a ver la vida con otros ojos, con ojos de sabio, con más conocimientos. Y la novela negra concretamente nos permite entender muchas cosas. Piensa que la novela negra más clásica, más canónica, las de Hammett y Chandler, sucedió en los años 30 en Estados Unidos, en plena recesión, con la Ley Seca, en una época en la que en cualquier periódico saltaban a los ojos palabras como “suicidio”, “desahucio”, “corrupción”, “malversación de fondos”… Es evidente que esas palabras ahora mismo también forman parte de nuestro día a día y en los últimos años se han convertido en lo que a diario nos encontramos cuando abrimos un periódico, ponemos el telediario o miramos las redes sociales. Entonces, somos permeables. Todo eso, por un lado, el lector lo quiere leer, sobre malversación, corrupción, crímenes… porque es una manera de entender lo que está sucediendo. Creo incluso que lo hacemos de forma inconsciente.
Ese morbo por estar dentro de los bajos fondos, por saber lo que sucede en la tramoya de las grandes ciudades, creo que a todos nos pone. Por otro lado, como autores somos permeables; el escritor es influenciable del tiempo que vive. Yo, si viviera en un tiempo feliz, en el que todo el mundo tuviera trabajo, que no hubiera criminalidad y que los políticos fueran honrados, escribiría otro tipo de novelas seguramente porque no me saldría escribir historias oscuras. Pero vivimos en el mundo en el que vivimos y es lo que hay. Somos permeables. Eso se mete en nosotros y condiciona nuestras respuestas, nuestra forma de actuar, nuestra forma de hablar y nuestra forma de escribir también.
El escenario donde transcurre la historia de la novela es Cádiz. El lector pasea por sus calles, polígonos, bares… ¿Necesitas conocer el lugar donde vas a situar una historia o no necesariamente?
Yo necesito conocer el sitio, necesito ir, necesito sentirlo, saber cómo huele, cómo suena… Si no lo sé, no escribo con la misma seguridad y eso el lector lo nota. Si no escribes con seguridad la novela al final no es honesta y no me quedo satisfecho. Entonces intento siempre ir a los sitios, tanto a los mejores como a los peores. De hecho, mi última novela, El gran rojo, está ambientada en Frankfurt y me fui a vivir allí para escribirla. Estuve dos años en la ciudad con el fin de escribir esta y la siguiente, que saldrá publicada el 4 de mayo de 2023. Frankfurt lo veía de una manera desde fuera, pero tenía que estar allí para conocerlo. Tenía que saber cómo sonaba, que veías por la calle, qué idioma habla la gente cuando te cruzas con ella en el ascensor, cómo actúa… Todo eso no te lo da Google. Por eso necesito conocer los sitios.
En el caso de Cádiz lo tenía muy fácil porque soy de allí. Desde pequeño me despierta muchos recuerdos. Pero me fui de Cádiz con 19 años para irme a vivir a Granada y regresé a los 28. Y me di cuenta de que Cádiz en esos nueve años había cambiado muchísimo; había edificios nuevos, cosas que ya no estaban e incluso calles nuevas, y esa impresión del cambio en tan pocos años me impactó mucho. Por eso utilicé a un inspector, Bianquetti, que viene de fuera y se encuentra Cádiz, lo que me permitía trasladar esas sensaciones de lo que reencontré yo cuando regresé a la ciudad.
La maniobra de la tortuga se ha llevado al cine. ¿Ha quedado satisfecho con el resultado?
La estrenamos en salas el 3 de mayo, ya está en plataformas, y he quedado bastante satisfecho. Creo que respeta mucho la esencia de la novela, que es muy reconocible desde el principio hasta el final. Evidentemente, hay cosas que se han adaptado porque se trata de un lenguaje diferente, pero creo que es una adaptación muy digna. Considero que es interesante para el lector que haya leído la novela ver la película y, de hecho, muchos me comentan que les ha gustado y les resulta divertido ver a ese policía, grandote, ver Cádiz… Y luego, por otro lado, quien ve la película después se está animando a leer la novela para conocer de dónde vienen esos personajes, de dónde procede esa amargura de Manuel mejor explicada… Además la carga emocional de una novela no te la da el cine, siendo una novela muy dinámica, en la que pasan muchas cosas. Además de ser una peli digna, creo que complementa muy bien a la novela. De alguna manera, la película y la novela son como dos hermanos, comparten ADN, pero cada uno es diferente.
El final de la novela queda un tanto abierto. ¿Cabría la posibilidad de una secuela?
Si quieres seguir con la historia en 2018 publicamos La tragedia del girasol, que es la continuación de La maniobra de la tortuga, con Suma de Letras. Es bastante complicado encontrar esa novela, pero seguramente en el futuro volvamos a editarla con mi editorial actual y le daremos nueva vida porque es mucho mejor que La maniobra de la tortuga. De hecho, quedó finalista en un montón de premios, obtuvo un gran número de reconocimientos y gustó mucho.
Tras un desafortunado incidente, el inspector Bianquetti se ve obligado a aceptar un traslado a Cádiz, un destino presumiblemente tranquilo en el que sus superiores creen que no podrá causar problemas, lo que, dado su historial violento e imprevisible, es algo difícil de asegurar. El asesinato de una joven colombiana de dieciséis años lo hará salir de su letargo. Bianquetti se lanzará a la búsqueda del culpable e iniciará una investigación en solitario en la que tendrá que echar mano de todos sus recursos para dar con el asesino. A medida que pasan las páginas, la trama se volverá más oscura y absorbente, dejando al descubierto una peligrosa red de corrupción, violencia e impunidad.
En su web alicantenoir.com