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anador del World Press Photo 2012 y colaborador del New York Times, el fotógrafo Samuel Aranda recorre medio mundo en busca de historias que le conmuevan y merezcan ser contadas, bien para denunciar situaciones de injusticia o para mostrar los procesos de cambios sociales que se están produciendo en diferentes puntos del planeta.
Estos días, Samuel Aranda expone su trabajo sobre la vida de los pueblos egipcios alrededor del Nilo en Casa Mediterráneo, en el marco del festival Photoalicante. El pasado sábado 17 de marzo el fotógrafo estuvo en la institución diplomática presentando su exposición ‘A orillas del Nilo’, ante un concurrido público que no quiso perderse la oportunidad de conocer de primera mano la obra de este prestigioso profesional.
En una entrevista afirmó que a veces es más fácil fotografiar conflictos que a personas importantes en España. ¿En qué sentido lo decía?
Sobre todo a nivel cultural. Cuando trabajo en Oriente Medio y en África la gente te abre las puertas de su vida y de su intimidad sin ningún tipo de problema. Sin embargo, aquí en Occidente cada vez tenemos más miedo a la fotografía, a la gente. Estamos viviendo en una sociedad del miedo. No sólo cuesta fotografiar a las personalidades, sino a la gente corriente. Por ejemplo, el año pasado estuve en Congo y en Mali, y cuando llegas a los pueblos y te presentas diciendo que vienes a hacer fotos te invitan a sus casas e incluso a dormir. Aquí no me lo puedo ni imaginar.
Quizás sea por todos los sucesos que ocurren actualmente con el mal uso de las redes sociales.
Pero es un poco surrealista. Tenemos ese punto de miedo y de recelo a que nuestra intimidad sea fotografiada, pero al mismo tiempo nos exponemos continuamente en las redes sociales. La gente te dice «no me hagas fotos», pero luego publica todo lo que hace a lo largo del día. Es muy contradictorio.
Vive su profesión más como una militancia que como un mero medio de vida. ¿Desde cuando ejerce ese compromiso social?
Siempre ha sido así. Mis padres son emigrantes andaluces en Barcelona, mi padre se afilió al sindicato desde muy jovencito, estuvo detenido durante la transición… era militante del Partido Comunista y siempre se vivió mucho en casa ese compromiso político o social, las ganas de cambios y de avances.
Para mí, la fotografía consiste en documentar historias para denunciarlas o mostrar procesos de cambios. Siempre he buscado historias así, a las que me siento ligado de alguna forma. En las Primaveras Árabes me gustó mucho ver cómo la gente joven salía a la calle a manifestarse, sobre todo al principio.
Pero, por ejemplo, nunca me ha llamado la atención ir a Somalia con Al Shabab (organización radical aliada de Al-Qaeda). Sí que hay gente que vive esta profesión simplemente como un encargo, pero a mí siempre me ha gustado buscar historias con las que me sintiera comprometido. Esta exposición se centra en Egipto, donde fui a cubrir la caída de Mubarak e hice grandes amigos. A los cinco años de su caída, en 2017, volví con el fin de comprobar cómo estaba viviendo la población.
¿Cómo se encuentra Egipto actualmente? ¿Cómo vive la gente el derrumbe del turismo como consecuencia de los atentados contra objetivos turísticos y la actual situación de cambios políticos en el país?
Lo que he encontrado es que la gente creyó en la democracia, en sacar a Mubarak del poder, eligieron a un nuevo Presidente, Morsi, de corte islamista, que nos puede gustar más o menos, pero fue lo que eligió el pueblo. Desde Occidente hemos capitaneado esa transición y decidimos que no podía ser Morsi.
Los gobiernos occidentales han apoyado un golpe de Estado y el nuevo presidente está haciendo lo mismo o peor que Mubarak. Morsi, el presidente electo democráticamente, está en la cárcel, condenado a muerte -lo quieren ahorcar- y aquí ningún gobierno mueve ni un dedo. Al margen de que nos guste más o menos su corte político, lo eligió la mayoría del pueblo. Esta situación se ha vivido ya en otros países. En Palestina la gente eligió a Hamas y no les hemos dejado que tuvieran a su gobierno electo.
¿Cuál es la situación actual de la población?
Lo que se ve es mucho miedo. La gente no se atreve a hablar, porque hay muchos desaparecidos, cerca de 30.000, la policía los detiene simplemente porque han estado en algún tipo de reunión o han manifestado su opinión. Al-Sisi, que es el nuevo Presidente y el jefe de las Fuerzas Armadas, pagadas al 80% por el presupuesto estadounidense, se encarga de tener el control y de que no pueda haber ningún tipo de inestabilidad política en la zona o de estabilidad política que no convenga a EE.UU.
La represión y las desapariciones, ¿cómo las justifica el gobierno?
No tiene que justificar nada. Nadie le pide explicaciones. Egipto es un país clave en esa región del mundo y estaba claro que Occidente no iba a dejar que cayese en manos de un gobierno no afín a sus intereses. Una de las primeras cosas que hizo Morsi fue abrir la frontera con Gaza para que la gente pudiera tener acceso a comida y a productos básicos. Cuando empezaron los bombardeos israelíes en Gaza, él se presentó en la oficina del presidente electo democráticamente, Ismail Haniya, para dar apoyo al pueblo palestino, y eso Estados Unidos y Europa no lo iban a permitir.
Esta exposición, ‘A orillas del Nilo’, que cuelga de las paredes de Casa Mediterráneo, muestra la vida cotidiana del pueblo egipcio, ¿cuál es su relación con el Nilo?
El 90% de la población vive alrededor del Río Nilo. Yo estuve sobre todo en el Alto Nilo, en la frontera con Sudán hasta Luxor. En esa zona casi el 100% de la economía se basaba en el turismo y están totalmente desesperados. En El Cairo o Alejandría tienen otras fuentes de ingresos, un tejido industrial más potente, mientras que en el Alto Nilo, en Aswan o Luxor, todo se cimentaba sobre el turismo. Ahí sí que vamos a empezar a ver a grupos insurgentes que comenzarán a atentar contra la policía y a emprender acciones armadas, porque hay un gran hastío de la población hacia las fuerzas de seguridad y las Fuerzas Armadas. Cuando hice esta ruta por el Nilo, a bordo de una canoa junto al escritor Xavier Aldekoa, la policía nos asaltó por la noche, encapuchada, para robarnos todo lo que teníamos.
¿Qué ocurrió?
Se creían que éramos egipcios y nos asaltaron. Tienen el poder absoluto de hacer lo que quieran. Cuando se dieron cuenta de que éramos occidentales bajaron el ritmo, pero nos obligaron a pagarles para poder reanudar el viaje. El principio del asalto fue muy salvaje, con ametralladoras.
A esto hay que añadir que el pueblo nubio, expulsado de la zona de las presas cuando Nasser las construyó, siempre será un pueblo de segunda. En Aswan son la población más negra, más de origen africano y se halla muy sometida a la policía, no tiene derechos, entre ellos ni siquiera a la propiedad, vive en casas sin papeles,… Ahora están muy desesperados, al haber perdido además su fuente de ingresos, el turismo.
En esa zona hay mercadeo de camellos. Tienen una raza muy apreciada en Oriente Medio y los saudíes y los emiratíes vienen a comprar camellos, pero estamos hablando de una fuente de ingresos mínima.
¿Dónde han funcionado las Primaveras Árabes?
A Túnez, al ser un país que no interesa a nivel geoestratégico, sin apenas recursos energéticos, le hemos dejado hacer su transición como ha querido y ha salido perfecto. Tiene una Constitución, incluso en algunos puntos más avanzada que la nuestra, en el Parlamento hay paridad entre mujeres y hombres… Así como en el plano económico aún les va a costar mucho prosperar, en avances sociales lo están haciendo muy bien, tienen una democracia muy sana.
En la universidad me han encargado unas charlas de política internacional y con los estudiantes de primero hago un ejercicio consistente en que pinten en verde en un mapa mundi dónde hay recursos naturales (petróleo, diamantes y coltan) y que luego pinten encima en rojo los conflictos. Y ambos colores se solapan totalmente. Donde hay petróleo hay problemas. Donde hay coltan hay problemas. En los países ricos, la población es pobre y está en conflicto. Nos interesa que haya conflictos para extraer los recursos mucho más baratos.
De su experiencia fotografiando la dramática situación de los refugiados en Europa, ¿qué destacaría?
Lo que más me ha tocado de ese reportaje es fotografiar dentro de casa. Cuando uno se va a África o a Oriente Medio, ya el solo hecho de coger un avión, de llegar a un país lejano donde a nivel cultural hay diferencias muy claras, cuando vuelves a casa tienes un sentimiento de zona de confort donde puedes descansar y desconectar. No te olvidas de lo que has vivido, pero te hace sentir seguro. Cuando fotografías en casa, ya sea sobre los refugiados o sobre la crisis en España (tema que abordó en 2012 en un reportaje para el New York Times), se hace mucho más difícil esa desconexión, no puedes.
Estuve todo un año haciendo la ruta de los refugiados, desde Turquía, Jordania y los Balcanes hasta Alemania. Mucha de la gente que me he ido encontrando por el camino ahora está aquí. Ha conseguido llegar, pero en unas condiciones horribles. Hace dos semanas ayudamos a una familia que tenía que operar del corazón a una de sus hija en un hospital de Barcelona. Se crean unas conexiones más potentes. Ya no haces un reportaje y te vuelves a casa. Estás trabajando en casa con gente que lo está pasando muy mal.
Creo que a nivel europeo ha habido muchas diferencias en cuanto a las decisiones políticas, que no acabo de entender. Países como Alemania han dado una lección de cómo hay que hacer las cosas, han acogido a más 400.000 refugiados. Les han dado permiso para trabajar y alojamiento, y luego les obligan a buscarse la vida. Esto choca con otro tipo de políticas que me duelen y no llego a comprender.