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La encuadernación surge por la necesidad de conservar textos o grabados. En el mundo clásico los griegos y romanos empleaban una caja denominada capsa o scrinium para conservar sus rollos. Posteriormente utilizan unos cuadernos compuestos por varias hojas de papiro o pergamino que se insertaban entre dos tablas de madera o de hojas de papiro encoladas.
En el siglo IV aparece el libro en forma de códice, el cual estaba protegido por unas tablillas de madera que se forraban con tiras de cuero de distintos colores y estaban sujetas por una correa. Las encuadernaciones coptas, localizadas en Egipto, suponen una evolución artística, ya que colocan sobre las tapas de madera placas de metales nobles y piedras preciosas, y adornos con motivos religiosos o florales.
Las encuadernaciones han evolucionado y se han impregnado del estilo artístico de cada época
Se debe a los monjes benedictinos, en la Edad Media, las primeras bibliotecas monásticas. Ellos recurrieron a guarnicioneros, orfebres y grabadores para realizar sus trabajos, convirtiéndolos en auténticas joyas. En las tapas se combinaban metales preciosos, gemas, incrustaciones de hueso o marfil, se empleaban clavos, rosetones, cantoneras y cerraduras estilizadas. Los libros se convierten en símbolos de poder. Aparecen en las pinturas y esculturas de la época, como un elemento más del status social.
La aparición de los libros electrónicos plantea muchas incógnitas. Los ávidos lectores que disfrutan con el peso y el olor del papel temen que las editoriales sólo apuesten por el formato digital, y les dejen sin la presencia real y física que durante tantos siglos ha formado parte de la existencia de la humanidad. Lo único seguro es que, mientras exista un encuadernador, los libros no van a desaparecer.