‘La mort i la donzella’, espectáculo del Instituto Valenciano de Cultura dirigido por la ilicitana Asun Noales, basa su creación en dos composiciones del músico austríaco Fran Schubert, ambas con el mismo título: la primera, de 1817, es una canción para voz y piano que toma como cuerpo estructural un poema del autor romántico alemán Mathius Claudius; la segunda composición es el llamado Cuarteto nº 14 para cuerda que Schubert compondría unos años después, en 1824, basado en aquella canción o lied primera.
Así pues, podemos afirmar, o presuponer, que el origen, tanto de las dos composiciones musicales de principios del siglo XIX como la del espectáculo recientemente estrenado y merecidamente premiado, emanan de un único poema, y, por tanto, de la materia primera que lo forja, que es la palabra contenida en ese poema, en el que se refiere una relación final entre la muerte y una doncella que ha sido llamada “a la fosa común del tiempo”. El trato entre los personajes se inicia como conflicto de intereses –actitudes contrapuestas- para transmutarse posteriormente en una relación casi de igual a igual, compartida, asumida, acompasada.
La actitud de los personajes dibujados en la puesta en escena es muy del siglo XXI, quiero decir que es una actitud contemporánea. Es un dato que nos importa y que quiero resaltar, pues, a lo largo de la historia y de la literatura en general, la Muerte, personaje arraigado, eternamente ha tenido voz propia, abrupta o melosa, casi siempre discordante con el receptor, o el paciente, con el que, amén, finiquita su actividad en este mundo y en el que ambos son igualmente protagonistas.
Del espectáculo lo primero que destacamos es la ausencia absoluta de la palabra articulada, omitida conscientemente. Sin embargo, en el poema de Mathius Claudius, el personaje de la Muerte se acerca a la doncella, que, temerosa, le rechaza espetándole Déjame, soy joven…; la Muerte, ilustrada, estratega, torciendo el registro hacia la amabilidad, cortés, le susurra Soy tu amiga y no vengo a castigarte. Confía en mí. No soy cruel. ¡Déjate caer en mis brazos y dormirás plácidamente! ¡No soy cruel! Abandónate a mí y dormirás… Ahí se encuentra el punto de inflexión de la puesta en escena, ahí está la almendra o meollo de toda la acción escénica.
Destacar en este punto la sorprendente actitud de la Muerte que asume ser compañera o aliada del viaje que la joven tiene que, irremediablemente, hacer. En el periplo particular de la doncella el personaje Muerte no demanda, sólo acompaña, participando del zurrón o maleta, pesada o liviana, que ella debe llevar en el recorrido. Nos interesa destacar que la muerte –en el espectáculo- se nos va a presentar con otro talante, un talante diferente: será personaje que cumple con su deber, sin alterarse, único o múltiple, vistiendo ropa cómoda y discreta, ligeramente oscura, sin voz para la voz, sin prorrumpir queja o exabrupto, silente, plena de acciones expresivo corporales, afable en su dinámica, activa, cercana, familiar, solícita…
La tradición artístico cultural, hasta los tiempos del poema, finales del siglo XVIII principios del XIX, ha enmarcado la conducta de la Muerte como un personaje episódico armado de guadaña (u otras armas), asombroso esqueleto de ropas oscuras, inclemente, que siega vidas, altanera, insensible para distinguir edad o condición entre sus víctimas. Recordémosla en la Danza general de la Muerte, anónimo del siglo XIV (Yo soy la muerte, que a todas las criaturas / que hay y habrá en el mundo destroza y arrasa / … de este mi arco no vas a escapar: / segura es tu muerte si doy en tirar / con esta mi flecha cruel que traspasa.) A veces es varón, otras se presenta mujeril, de buena presencia, seductora, que finalmente se convertirá en tirana para, una vez conseguido su objetivo, cercenar sin piedad. En ocasiones se nos muestra encubierta …con casco de cobre, cimera de plumas de pavo real, la barbilla levantada, una mano en la cadera, calzada con botas de cuero, arrebujada en un manto despedazado…, como la describe el vigía de El extraño jinete, de Ghelderode.
A la muerte, en toda época se le ha dado voz. La encontramos retratada en modo prosa o en verso (así las Coplas de la muerte cómo llama a un caballero, de Juan del Enzina: …decirle has de mi parte / que yo soy la triste Muerte). La hallamos en el Libro de buen amor, de Hita; también en modo burlesco en la mojiganga Las visiones de la muerte, de Calderón o en la pieza titulada Doctor Death, de 3 a 5, de Azorín, personalizada como un simple médico de consulta; y en otras creaciones, claro. La encontramos representada de muy diversas maneras a lo largo de la historia de las artes en general (recuérdese la pintura El triunfo de la muerte de Bruegel, o El hilo de Ariadna, de Velázquez, por poner un par de ejemplos). Por último, comentar que normalmente se presenta como personaje único, y otras lo hace, sin pudor, como trío en nido –Las Parcas-.
La mort i la donzella es un espectáculo bello en abundancia: es un magnífico trabajo celosamente dirigido por Asun Noales, sin dudar; iluminado con precisión y tino emotivo por Juanjo Llorens, con una banda sonora incitante –Teleman Rec-, una escenografía –Luis Crespo- siempre mágica, y un elenco de intérpretes distinguido.
A trechos es pura danza. A trechos se acerca al teatro gestual, o al teatro físico, interactivo, asimétrico, con fragmentos próximos a la performance… Es intenso, trenzado como cuerda, denso, y, por contraste liviano, tenue en muchos momentos, licoroso, casi espiritual… Podríamos afirmar que se acerca al teatro de objetos por la omnipresencia del muro o frontispicio, del que mágicamente aparecen y desaparecen manos, brazos, cabezas y cuerpos que desafiando la fuerza de la gravedad lo escalan o lo traspasan, siendo absorbidos, succionados y a veces casi devorados o bebidos por la materia pétrea, recia, tenaz y a la vez casi líquida, maleable, dúctil…
Embelesan las dinámicas coreografías, individuales o colectivas, en solos, dúos, tríos, individuales o grupales, al unísono o recreando el complemento, anidando los espacios, evolucionando en plano tierra y en la vertical, desplegando la parábola y el impulso, orquestando el movimiento, personajes volátiles, sombras o casi espíritus, cuerpos etéreos, fragmentados, huérfanos de articulaciones habitando el suelo, habitando el cielo…
Asombra el muro. Por sí solo establece demarcación entre lo desconocido ocultándolo, y lo que a vista de público se nos ofrece. Facilita o posibilita el transferir, transmitir, endosar, integrarse en él, fundiéndose, o nacer de él, corporizándose. En su corteza, tapia de piedras hábilmente colocadas, está la vida, el aliento, el conflicto, la ida y la huida, el permanecer o rebelarse, el salir pitando.
Es muro mudo de gesto, mudo de espectro. Es muro duende y nudo de energía e impulso; siempre muro pletórico como elefante que arremete, como lobo astuto que acecha, como hiena carroñera o mono danzarín; genera mano tendida, ángeles custodios, resuello, soplo, jadeo protector…; es paño de nichos que, según sea iluminado formará sillares pétreos, ventanas, portillas, tragaluz o puerta, oquedades y hasta fisuras-grietas de una pared arcaica, babilónica…; es vetusto farallón que engulle a los personajes danzantes, o los pare… Es dique o estafeta de correos, en el que cada humano tiene su particular “apartado personal” con el nombre escrito o pergeñado…; tapiz poderoso que domina los espacios, atalaya, cuerpo escenográfico que facilita imaginar qué pueda haber más allá de él mismo…; es cortinón que, junto con los danzantes, la iluminación y la banda sonora conforman las pilastras o puntales que sustentan el espectáculo, que decíamos antes.
La mort y la donzella corporiza, galán, el lugar común al que todos estamos abocados; es lienzo o sudario, cartografía repleta de trayectorias, ritmos, garabatos patentes y certeros, trazos infalibles…
Desde la tradicional caja a la italiana, en estos cobrizos días de primavera en zozobra, ‘La mort i la donzella’ deviene en espectáculo -extremadamente- capaz, embriagador, que brinda al espectador un obsequio, tan preciado como escaso: una pizca, chica y sápida, de exquisita paz.
¡Salud y teatro!