El célebre actor y director teatral Juan Carlos Naya ofreció ayer una clase magistral de teatro en Casa Mediterráneo en la que, a través de su dilatada experiencia en el mundo de la interpretación (43 años sobre las tablas), ofreció valiosos consejos a quienes quisieran dedicarse a las artes escénicas, salpicándolos con delirantes anécdotas.
Desde el inicio de su carrera artística en 1975 con el espectáculo infantil «La Tierra de Jauja» hasta la actualidad ha desarrollado una extensa carrera como actor, tanto en teatro como en cine y televisión con obras como «El Mar y el tiempo» de Fernando Fernán Gómez; «Los Pícaros» dirigida por Monicelli donde trabajó con Victorio Gasman y Giancarlo Gianini; «Los ochenta son nuestros» obra de Ana Diosdado; «Porfiar hasta morir» de Lope de Vega, con Violeta Cela y Carlos Ballesteros o «El príncipe constante» de Calderón de la Barca, en el Teatro Español.
En este mismo teatro ha interpretado «La venganza de Don Mendo» de Muñoz Seca, «Misión al pueblo desierto» de Buero Vallejo, «Cyrano de Bergerac» con Manuel Galiana y «Don Juan Tenorio» con Abigail Tomey y Ramiro Oliveros. Para la televisión, destaca su participación en la exitosa serie «La barraca», y sus apariciones en «Anillos de Oro» y «Segunda enseñanza» de Ana Diosdado o «Aquí no hay quien viva», entre otras. Naya también ha estado presente en el cine, con cintas como ‘Senza buccia’. La última obra en la que está inmerso es «Mi estúpida anacrusa» que dirige e interpreta, con la que debutará el próximo 14 de abril en el Teatro Zorrila de Valladolid.
Por lo que ha contado en la clase magistral, su entrada en el mundo del teatro fue casual, aunque diversas circunstancias le condujeron a ello.
Sí. Yo nací en el año 59, estamos hablando de los años 60, de un niño hijo de militar que no estaba en el mundo de la cultura, no iba ni a conciertos ni al teatro. Entonces me llamaron mucho la atención las columnas del Teatro Principal de Alicante y un concierto de la banda municipal en el templete de La Explanada y me fueron envenenando en esta profesión. Y cuando tuve mi primer encuentro con el teatro fue a los 15 años con una función musical a la que se presentó mi vecina y me cogieron a mí. A partir de la primera frase que dije, «Yo soy Fabricio el enamorado», hasta hoy no he parado.
Pues tengo entendido que es difícil mantenerse permanentemente activo en esta profesión.
Así es, resulta muy difícil. Pero, ¿sabes lo que pasa? A mí no me para nada. Es decir, no tengo problemas a la hora de hacer revista, comedia musical, hacer de cura, de violador, de maricón… Yo me desnudé antes de perder la virginidad.
Su familia, viniendo de un mundo tradicional, su padre siendo militar, ¿cómo encajó que se dedicara a la interpretación?
Mi padre murió cuando yo tenía 15 años. Y me quedé solo con mi madre. Empecé a trabajar y ella me dijo: «no te voy a decir que no, pero no te voy a ayudar en nada». Fue una opción. Cuando llega la fama, los aplausos, la televisión… ya todo parece mejor. No obstante, hasta que eso ocurrió viví una época muy dura, yo no estaba preparado para nada, no era un niño informado, el mundo en el que entré me despertó muchísimos sentidos. Fue una época de aprendizaje brutal.
Y además autodidacta, porque no estudió en ninguna escuela de interpretación, ¿verdad?
En absoluto, tomé alguna clase de teatro con Arnold Taraborrelli y José Carlos Plaza, de canto con Robert Chantal y pocas más, pero eso fue ya muy posterior. Soy más bien lo que llamaban antes un meritorio.
¿Cómo es capaz de memorizar textos tan largos y complejos? ¿La memoria se ejercita o es un don innato a la persona?
Evidentemente, hay que trabajarla. A Don José (José Sazatornil) le daba mucho miedo decir el prólogo de ‘Los intereses creados’. Yo tenía un principio de función en ‘Casa con dos puertas de guardar’, que seguramente ahora que no tengo presión me acordaré perfectamente.
Decía así: «Difícilmente pudiera conseguir señora el sol, que la flor del girasol su resplandor no siguiera. Difícilmente quisiera el norte fijar luz clara que el imán no le mirara. Y el imán difícilmente intentara que obediente el acero le dejara. Si sólo es vuestro esplendor girasol la dicha mía, si norte vuestra porfía piedra imán es mi dolor. Si es imán vuestro rigor, acero mi ardor severo. Pues cómo quedarme espero cuando veo que se van mi sol, mi norte y mi imán siendo flor, piedra y acero». Pánico, yo tenía pánico de decir esto porque no sabía cuándo era el acero, la flor, la piedra… Pensaba: «la voy a cagar». Memorizar no es estudiar. Estudiar, y sobre todo clásico, es analizar qué dice el texto. Yo asocio: «El girasol le dice al sol y el imán le dice al acero…». Además gesticular lo que dice el fraseo te ayuda mucho a que el actor lo entienda, y además la gente también tiene que entenderlo.
Hice otra función, titulada «Céfiro agreste de olímpicos embates», que no significa nada. La hizo Alberto Miralles, gran escritor y profesor de la RESAD (Real Escuela Superior de Arte Dramático de Madrid), una crítica a lo mal que se recitaba generalmente el verso en España. Y la gente decía «¡qué maravilla!» sin haberse enterado de nada. Mi primera frase era: «Atalayando salvas ojizarco gárrulo viático estentóreo afán pleitos buscaba tensando mi arco ozados los peces trocados en pan». No significa nada. La gente, como lo dices con esta vocalización, parece que ha entendido algo, pero no es así. Con el teatro clásico mal dicho pasa como con esto. La gente no se entera de nada, lo cual es desastroso para las grandes funciones.
Antes, la televisión programaba obras teatrales, que ofrecían la oportunidad de conocerlas a la gente que no podía asistir al teatro, por falta de tiempo o de recursos económicos. Así el teatro era muy accesible al gran público. ¿Por qué ahora no se ve teatro en televisión?
Entiendo que hoy en día los costes televisivos de hacer producciones nuevas no rentan. Las televisiones ahora mismo se surten monetariamente de otro tipo de productos. El gasto de hacer un ‘Estudio 1’ sería brutal. Lo que yo no entiendo es que no se recuperen las que ya existen, porque hay verdaderas joyas, para dar y tomar, y seguramente cada vez quedarán menos porque no se están digitalizando. Eso es un drama para un país que ha tenido todo el teatro televisivo hecho.