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‘El intruso’, de Antonio Cremades, estreno nacional de la VI Residencia Estruch en el Teatro Principal

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'El intruso'

Se veía venir. Las sucesivas Residencia Estruch han ido ganando, año tras año, solidez. Lo que en un principio fue una pirueta estratégica para dar amplitud a la presencia del maestro José Estruch, Premio Nacional de Teatro, figura y personaje de nuestra historia, se ha consolidado en apenas media docena de ediciones. Y eso es bueno. E importante. El maestro de teatro, eslabón entre las últimas generaciones de intérpretes creadores y aquellas otras que tuvieron que exilarse en la guerra y posguerra civil, el maestro Estruch, se afianza en su tierra natal.

La VI Residencia Estruch le ha sido concedida al proyecto del Col.lectiu Intermitent -Joan Sabas, Mingo Albir y otros-, que dirige Juan Pastor y su equipo, con un texto El intruso, obra inédita del autor aspense, que acumula nosecuantos premios de teatro, del que sólo citaré uno: el Premio Calderón de la Barca, recibido hace casi un cuarto de siglo.

Dentro de unos días se estrena El intruso, “un thriller psicológico que transita sobre la fina y dudosa línea que separa la realidad de la ficción”, interpretado por Morgan Blasco y María Pastor. Sabemos muy poco de la propuesta –apenas lo leído en el programa de mano- e imaginamos, por lo que hemos oído, algunas otras. Por ejemplo, que es una pieza de teatro de personajes acomodados; que la acción acontece en un único espacio en el que sólo dos personajes evolucionan, mientras que hay un tercero que no vemos; que tiene una escenografía mínima, y que es una pieza que trasciende el presente inmediato que viven sus protagonistas para alojarse en un futuro incierto, desconcertante quizás. Y poco más: alguien que observa, alguien que es observado…

El título nos llama la atención. Entendemos con ese término “intruso” a alguien que se mete donde no debe o que acude a un lugar o evento al que no ha sido invitado; y dícese también de aquella persona que por hecho o por palabra provoca, con su actitud, malestar en otros, y, a veces, hasta alarma. En la historia del teatro recordamos a algunos autores u obras que, directa o indirectamente, han incluido en la elaboración de su discurso dramatúrgico un personaje similar o afín. En primer lugar, me viene en mente la actitud de un personaje de Shakespeare que, de forma festiva provoca una catástrofe, una tragedia; me refiero a la obra Romeo y Julieta, y al personaje Romeo cuando con sus amigos Mercutio, Benvolio, y otros, se intrusan en la fiesta de los Capuleto, sus ancestrales enemigos y adversarios.

Esta acción va a desencadenar toda la desdicha de la obra; acción, banal, en principio, bobalicona, juerguista, hasta un poco infantil, desencadenará sucesos por los que la obra será ya siempre una tragedia. Otras obras y autores de nuestro Teatro del Siglo de Oro: ¿qué decir de don Alonso, caballero de Olmedo, y su actitud con don Rodrigo humillándolo frente a doña Inés? ¿No tiene algo de intruso? ¿Y Ruiz de Alarcón, con su Examen de maridos, o Cervantes con el alférez de su Retablo de las maravillas? El capitán don Álvaro, en El Alcalde de Zalamea, de Calderón ¿no es algo más que un intruso cuando rapta y viola a la hija de Pedro Crespo? ¿Y en el teatro contemporáneo, me pregunto si no serán unos intrusos la familia de personajes pirandellianos cuando, juntos, se aproximan al escenario en busca de un autor que les de vida? Incluso nuestro autor, Cremades, tiene al menos una obra, El mar de la tranquilidad, en la que uno de sus personajes, desde una ventana, observa, obsesivo, a una mujer y un hombre, refugiados en una hornacina de parada de taxis.

Puestos a imaginar podríamos ir un poco más allá y conjeturar con que alguno de los personajes de esta obra, o sus descendientes, van a ser los que aparezcan, años después en El intruso. ¿Por qué no? Quizás son herederos de aquel trío, del que nunca sabremos cómo acabo relacionándose. O quizás, la mujer de la obra que estos días se estrena, podría ser la misma que observaba a su marido flirtear -según ella- con otra mujer; o quizás el hombre que, con su paraguas, protegía de la lluvia a la mujer que esperaba un taxi, sea el que, ahora, desde la calle, parece que no quita ojo al matrimonio joven…

Pronto veremos qué es El intruso. Mientras tanto podemos apostillar que al nombrar a alguien como intruso, entrometido, indiscreto, de alguna manera estamos señalando al que altera las coordenadas emocionales y la fibra de los plácidos personajes; el intruso es el que trastoca los tiempos, el que desequilibra y provoca un nuevo reequilibrio, mejor o peor, no se sabe; y, en definitiva, el que injerta el conflicto en un ambiente que aparentemente estaba sano o saneado.

Para acabar, decir que El intruso de Cremades es una comedia urbana, y una comedia oscura. Eso quiere decir que siembra la duda en los personajes y en el ambiente en el que se desenvuelven, tanto como en los espectadores: una neblina perniciosa que aloja una intranquilidad muy sutil. Véanla y, si no es molestia, o intrusión, hablemos luego. Les invito.

¡Salud y Teatro!

Paco Alberola

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