Yo soy don Quijote de la Mancha es un texto teatral de José Ramón Fernández, llevado a la escena por la compañía argentina Tejido Abierto Teatro, con dirección de Jorge Eines, estrenado en el Clásicos en Alcalá de 2023.
Al final de la representación, Sanchica –hija de Sancho Panza- asumirá el papel y recogerá la antorcha de don Quijote para ser ella misma el nuevo y siguiente personaje dedicado y comprometido en desfacer entuertos y ayudar a tantas gentes como en el original cervantino se mencionan… Queda así desvelado uno de los aciertos textuales; lo siguiente que se debe mencionar es que hasta que eso ocurre, el caballero don Quijote que vemos en la puesta en escena se nos presenta “argentinizado”.
Desvelado ya el misterio, lo que era un elemento escénico ignoto se revela de pronto como la gran peripecia de esta puesta en escena en la que los intérpretes, Claudio Garófalo y Florencia Lorenzo, se mueven por entre algunos de los personajes originales del Don Quijote de la Mancha, de Cervantes, como son Dulcinea, Sancho -y Sanchica su hija-, la pastora Marcela, Crisóstomo y el propio Don Quijote, alternando y mudando personajes, acomodando la historia cervantina que ahora se localiza en un tiempo que queda a caballo entre el siglo XVI y el nuestro, en un lugar que queda a caballo entre España y Argentina, y en un personaje a mitad de camino entre un Quijote manchego y un Quijote pampero.
Así lo vimos el 13 de junio, dentro del Festival Iberoamericano del Siglo de Oro, en el pequeño y coqueto Corral de Comedias de Alcalá. Este teatro –corral- es lugar, escénicamente, muy cercano al público, entrañable, sin apenas distancia entre el escenario y la sala o los corredores o palcos. En el centro de la escena sorprende la propuesta escenográfica compuesta de retales y gruesos cordones, enmarañada, dispersa, como si el viento, o el paso del tiempo la hubiera arrasado o arrastrado. Privan los girones, las ristras de lana en un suelo empapelado, una guitarra, un ukelele, unas trenzas que envuelven un caballete de madera…
Esta escenografía, caleidoscópica en color, textura, y forma, colabora a conformar lo que conocemos como unidad de sentido, pues la veremos evolucionar y formar ristras de ajos, ayudará a componer la esbeltez de Dulcinea, será el rucio de Sancho o la barquichuela por la que, caballero y escudero, se adentrarán en la mar buscando el horizonte infinito…
Los personajes, o los intérpretes, se mueven por el espacio con una gestualidad abierta, abstracta a veces, en evolución y desplazamiento de gesto fragmentado, es como si les viéramos tras un cristal rugoso o un espejo roto que distorsionado en mil líneas nos devolviese la imagen quebrada o cuarteada (¿algo esperpéntico, valle-inclanesco?). La gestualidad se asienta en recursos y técnicas de la mímica tradicional reproduciendo ritmos universales como son el cabalgar de Rocinante, el movimiento pendular de la propia barca, o el simular pulsar las cuerdas de la guitarra cuando esta ya no se encuentra en manos de don Quijote, cuando canta.
Hay un ambiente argentino buscado que se manifiesta en las canciones y melodías entonadas, en el arranque del tango entre don Quijote y Sanchica –lástima no verles bailar más tiempo- y en esa especie de salmodia larga, extensa y lánguida en la que se mecen los personajes en el decir extendido… Todo está impregnado de un ambiente a medio camino entre la Pampa y la Mancha, lugares por los que vemos que señorean tanto el caballero como su montura.
Don Quijote trasciende el tiempo, trasciende los lugares, los espacios, trasciende a las personas … es tan solo un personaje humano que, desde esa humanidad, facilita que Sanchica tome el relevo y pueda decir felizmente: Yo soy don Quijote, yo soy don Quijote. Es una hermosa ficción.
¡Salud y teatro!
Paco Alberola