‘This must be the place’ es la pieza de danza unipersonal que ayer se mostró dentro del Festival Abril en Danza por la coreógrafa e intérprete Federica Espósito, italiana sin fronteras. Una idea la recorre y es la que genera el conflicto en el que un cuerpo, solo en el espacio, en el universo, en el mármol frío de una sala fría de una tarde helada, debe resolver. No hay nada, tan solo un grupo de espectadores, ateridos en sus asientos, contemplando y titiritando, cómo el cuerpo de Federica, inocente, busca su utopía.
Nada a su alrededor que le ayude a conseguirlo; tan solo un fino hilo de lana roja que traza un semicírculo, reminiscencia de un posible laberinto por el que el personaje, desfragmentando su intención y su cuerpo (lleno de articulaciones insospechadas, lleno de ritmos asombrosos, lleno de miradas estriadas) se ofusca en buscar un lugar llamado utopía, sinónimo de quimera, fantasía, imaginación, ensueño, ilusión…
Federica, la danzante, se empeña en buscarla, y más aún en encontrarla.
Les debo decir a ustedes que, por supuesto no la encuentra, que lo que encuentra es ese hilo finísimo (¿hilo de Ariadna? O es el hijo de Federica?…) que le ayuda a salir del Laberinto, al final del cual se encuentra la risa de un crío, su hijo, que danza, un poco como ella, llamándola, mecido en los brazos de su padre, y balbucea, indicando, con sus bracitos cariñosos, dónde está Utopía, queriendo decir: “madre, abrázame, estoy aquí, estamos aquí, aquí es”. Pero esto no forma parte del espectáculo.
Lo demás es un oír sirenas de ambulancias que pasan, clicks de fotógrafos que disparan sus flashes, y la nada o el silencio del frío inmueble, inmutable o absorto de un mármol inflexible, duro, llano, expansivo como pecho de un castellano.
La danza también está del lado del que especta (del espectador).
La danza es un lenguaje esotérico, oscuro, recóndito muchas veces. Y otras tantas, tan luminoso como un relámpago, tan luminoso como un beso. La danza acumula un lenguaje en sí misma demasiado en futuro, un lenguaje universal, contemplativo, dinámico, transgresor, para el que todavía (creo) no estamos preparados como colectividad.
Sabemos que sociedades avanzadas (¿arcaicas?) la han protegido y promocionado. Al igual que al teatro. Al igual que otras artes escénicas, como la música, etc. Siempre ha sido un código simple, muy simple, tanto como el respirar, tanto como el buscar la utopía, necesaria como el pan de cada día. ¿Será poesía también?
Previo a esta exquisita representación, que aún hoy, un día después de su puesta en escena me sigue fascinando, se presentaron dos publicaciones de la Academia de las Artes Escénicas: ‘Poéticas de creación en danza’ y ‘Trabajo de Sísifo. Las artes escénicas en la educación’, trabajos arduos. El primero fue presentado por Ricardo Gasset (coautor junto a Tomás Motos y Carmen Giménez); el segundo (autoría de varios profesionales) lo presentó Alicia Soto. Ambos trabajos son necesarios e imprescindibles, herramientas de última generación impresas, que nos hablan del momento actual, complejo, y lúcido, encrucijada sobre la que se vierte, intensamente, no poca luz. Ambas necesarias, imprescindibles, como las artes escénicas hacia las que irremediablemente está abocada nuestra sociedad. Eso creo. Será porque son arte. Afirmo.
Antes de todo ello la directora del Festival Abril en Danza, Asun Noales, anunció en Casa Mediterráneo estas propuestas escénicas, lúcidas en tiempo de escalofríos helados, necesarias, y los actos pertinentes de la tarde, fría, desapacible y a la vez exquisita. Tan sólo faltó una cosa en ese tiempo vespertino glacial hasta más no poder: que hubiera nevado y que la nieve, en suelo, nos hubiera signado el camino que la danzante, Federica Espósito, recorrió para llegar hasta su personal y evocada utopía. La habríamos seguido. Seguro.
¡Salud y Teatro!
Paco Alberola