De manera asombrosa podemos decir que el Tenorio del siglo XXI nace en una empresa de reparto de mercancías, durante la pausa del bocadillo de la mañana. Como cada día, allí, tres eficientes empleados, de modo automático (es decir, sin pena ni gloria) identifican bultos, paquetes, cajas, distribuyéndolas en el espacio, formando pilas que desde el suelo se levantan a distintas alturas…; hasta que llega el momento sagrado del tentempié matutino, en que arremeten devorando el entrepá sin tregua ni pausa.
De una de las cajas, semiabierta, rota por un costado, uno de los operarios, al que llamamos número uno, barbado, extrae un puñado de libros que, por alguna razón muestra a los otros compañeros y, sin perder apetito ni bocado, entretenido, lee un fragmento. El operario 2, imberbe, hace lo propio con otros textos y el tercero, que es tercera, recita versos del enfrentamiento verbal y reto entre don Juan y don Luis Mejía por ver cuál de los dos es el más pendenciero.
La Cía. De Teatro La Cueva, de Murcia, aborda el archi-arcaico mito de Don Juan a través del texto Don Juan Tenorio, de José Zorrilla, y lo hace desde la parodia. Los empleados de esa empresa de servicio de reparto, en un intento de emular a los personajes, utilizan los elementos que tienen a mano para, de alguna manera, caracterizarse, haciendo como que son don Juan, don Luis, don Gonzalo, o doña Inés, en un ambiente, digamos, propio de esta vetusta obra de tabernas, calles malolientes y concurridos salones de proxenetas, rufianes y trotaconventos. Basta para conseguirlo, el mover algunas cajas y, acomodándolas, construir un reclinatorio, una especie de canapé, una mesa, un asiento…; o crear una ambientación nocturna cubriendo los neones con celofán de color azul; o construir, con un trozo de papel arrugado, una llave que permita el acceso a la honestidad de la dama; o crear un reloj de arena con el pasar de las hojas de un libro que, irremediable, acuña el tránsito del tiempo con que el audaz seductor acabará sus días, etcétera.
La parodia que juegan los cómicos permite ir un poco más allá; así, uno de los empleados –la empleada-, en complicidad con el público, emite una opinión crítica, compartida, sobre algunas acciones obsoletas de este don Juan decimonónico, trasnochado, y de su actitud, un tanto perversa para con doña Inés, una joven de apenas diecisiete años.
El teatro paródico favorece y enriquece el juego escénico bien desde la creación de un nuevo texto sobre un argumento conocido (por ejemplo, Pepito, por el Juan José de Joaquín Dicenta, Los amantes de Chinchón, por Los amantes de Teruel, de Hartzenbusch, Juan el Perdío, por Don Juan Tenorio, etc.); o bien manteniendo el texto e integrando de modo paródico muchos de los elementos materiales presentes en la escena, como es el caso que traemos a colación. En el Tenorio de Teatro La Cueva, enumeramos: las batas con que se cubren -o guardapolvos- que, convenientemente dispuestas y cruzadas sobre el pecho serán capas; un libro abierto puesto delante del rostro será una máscara o antifaz que impida la identificación –ja,ja- del personaje; una bolsa de plástico llena de papeles será la luna; los tubos fluorescentes con que se ilumina el almacén facilitará la formación de la gran cruz, necesaria para el arrepentimiento del seductor, y dos de estos fluorescentes serán también las espadas con que peleen a muerte los empleados transformados en don Luis y don Juan que, como en La guerra de las galaxias, se enfrentarán, tirándose golpes temibles y luminosos; una camiseta cubriendo la cabeza será la pieza que dé presencia a doña Inés del alma mía, interpretada por uno de los empleados –el imberbe-; un rollo de plástico de burbujitas será la honesta banda e insignia de don Gonzalo, y el marcador del código de barras que identifica los productos de la empresa será una hábil pistola de fuego con que exterminar al adversario. ¡Casi nada!! Y etcétera, etcétera llegará un final “oscuro”, que no pienso desvelarles a ustedes.
Amén. Y ¡etcétera, entretanto!
¡Salud y Teatro!
Paco Alberola