La Feria de Huesca es ante todo un lugar de encuentro en el que anualmente se presentan varias decenas de propuestas relacionadas con las artes escénicas. Los espectáculos se muestran desde la mañana hasta bien entrada la noche. A diferencia de los conocidos festivales, en esta feria de teatro la actividad se centra no sólo en la exhibición, sino también en la parte pragmática del hecho escénico como es el encuentro, promoción, fomento, distribución y venta de los diversos espectáculos. Para ello se cuadra un horario de representaciones, y se acomodan una serie de reuniones de profesionales en comercialización de los trabajos escénicos. Hemos asistido, durante varios días a representaciones de teatro, danza y circo. Han participado diversas agrupaciones y compañías nacionales y extranjeras, con talante interpretativo, formato, categoría escénica o disciplina de formación diferentes, y, a la vez, complementarias.
De algunos de los espectáculos programados en la feria quiero hablarles.
En El tiempo de un café, de Cía. Gato Negro/Producciones Mamua, (juguete para actores y espectadores) teatro casi de improvisación, los comediantes evolucionan con el público haciéndole participar activamente, dotándole de categoría de personaje. Durante la recreación, el actor y la actriz que lo reciben van construyendo y deconstruyendo el posible argumento de la obra que representarán, supuestamente, esa misma tarde en la Feria, aderezado todo con fragmentos de otras obras como Hamlet, o La vida es sueño. La pieza se acerca a veces al teatro del absurdo, quedando a corta distancia del llamado teatro de animación; juegan situaciones en las que se aproximan hacia la comedia bufa en algunos momentos, resultando una pieza entretenida. De ella destacamos el versátil espacio escénico y el movimiento interpretativo de los comediantes-personajes.
De la Cía. Chapitó, portuguesa, debemos subrayar su intenso trabajo corporal, vocal y sonoro, organizado en lo cómico desde lo trágico, reconvertido a través de la vía del clown, sin nariz de payaso, pero sí con el ambiente y el tratamiento de objetos, interpretación o espacio. La propuesta, exenta de toda escenografía, se afianza apoyada únicamente en la interpretación bufa, una crítica al poder y la violencia de su gobernanza, tomando como pretexto la tragedia Antígona de Sófocles.
Tres intérpretes dan cuerpo a todos los personajes –Creonte, Ismene, Antígona, Polinices, Etéocles, Eurídice, guardias, locutor y otros- haciéndoles pasar por situaciones o acciones en las que ruedan, saltan, pelean, huelen, comen, adulan, ocultan, defienden, disimulan… hasta llegar a la exaltación del apedreamiento público como una experiencia estética espiritual y artística, finalizando la representación con el consiguiente reparto de piedras entre el público que, en clave comedia, se convierte en los enfurecidos ciudadanos, que, piedra en mano –pelota pingpong- apedrean, no a Antígona, sino a Creonte, personaje generador de todos los males que han acontecido en Tebas. Es teatro gestual, teatro clown sin aditamentos, solo cuerpo, voz y la complicidad de un público entregado. Destacamos la interpretación de la actriz, el movimiento espacial y el espacio sonoro.
La Margarita de Federico es una creación dramatúrgica realizada a partir de materiales históricos (documentos, cartas, composiciones musicales, poemas, etc.), fragmentada en escenas en las que la Margarita Xirgu octogenaria se entrecruza con la Margarita joven, exultante. Aquella, recuerda su relación con su amigo Federico, doliéndose de su muerte. El montaje hace un recorrido vital desde la personalidad de nuestra histórica actriz hasta el homenaje que se le realizó en el Teatro Solis de Montevideo en 1988, Uruguay, país en el que estuvo exilada de por vida, sin regresar a España. Una banda sonora enfatiza la interpretación y, en directo, un violín da coherencia sonoro-musical a las escenas, junto al canto de la actriz que interpreta a la sobrina nieta de Margarita. Es un trabajo agradable de ver, emocionante, memoria histórica necesaria y parte esencial de nuestra idiosincrasia cultural.
En El Enterrador, de Teatro de Dos, un personaje aguarda la entrada del público. Apoyado en mesa lee, anota, reflexiona… Viste camiseta de tirantes, pantalón de pana negro, esparteñas…. Botijo en suelo. Una pala. Un cubo, unas cajas, unos libros… Consulta el móvil. Suena música de época: coplas de la guerra civil. Ignora nuestra presencia, se introduce en el espacio escénico…
Hoy cinco, ayer catorce. ¿Hasta cuándo?… Morir humillado delante de una tapia, fusilado. La bala que no oyes silbar es la que te mata, dicen.
Fueron a buscarme, me dieron una paliza. Condenado a enterrar a los que fusilan. 347 llevo anotados.
Coloca zapatos o alpargatas como si fuesen los cuerpos de los ejecutados. Les lava la cara. Les habla.
Suena el teléfono móvil; comenta que está haciendo un pase, que le traigan unos sacos de tierra para integrarlos en la puesta en escena.
Leo libros como el de san Agustín, para que no sospechen; tengo escondido otros, como Antígona, gran texto, condenada por enterrar a su hermano, en contra de la ley. Yo soy una Antígona, pero al revés. Hay una madre que viene algunos días. Escarba en la tierra con las manos, y deja unas flores, que yo recojo en cuanto se va, porque no puede haber señales ni homenaje. Les lavo la cara, guardo un trocito de la camisa, un botón, o un mechón y anoto su nombre en este papel.
Cree escuchar un quejido en el suelo…
…me obligaron a echar tierra hasta acabar con el resuello del fusilado moribundo. Oía como se quejaba… hasta que el silencio…
Me imagino que nos ponemos en pie, que algún día…se hará justicia. Sí justicia…
Los espectadores salimos a la calle con el sabor amargo en el corazón, apretado por esta historia basada en hechos reales.
Afuera lucía el sol. Es teatro histórico y casi comedia rural. Y teatro ideológico. Destacable el tratamiento del tema, el espacio escénico, el movimiento espacial del único interprete y la puesta en escena.
Los Despiertos, de Los Despiertos: cuando todos duermen –dicen- nosotros estamos despiertos; barrenderos sin oficio (recuerdan los personajes límite de La Zaranda). Presentan la estética de los derrotados (recogen basura con escobajos con que cepillan los desperdicios del suelo acumulados durante el día). Son personajes máscara, caracterizados en la voz, en el gesto, en el ritmo hirsuto, erizado, espinoso; argumentan simple, trabajan y trabajan y son como una pequeña tribu o clan de forzados. La puesta en escena se mueve por territorios cercanos al teatro del absurdo y al teatro grotesco y chusco. Noche tras noche arrinconan los desechos de los que, durante el día han comido, bebido, fumado, comprado, perdido, tirado… hasta que, al alba, siempre luz, se anuncia el fin de jornada: pausa o lapso cíclico, monótono, anodino, repetitivo, como el día-noche, como sus personajes. ¿Comedia burlesca? Destacamos la interpretación de los tres actores y la caracterización.
Menina. Soy una puta obra de Velázquez, de Proyecto Cultura. Una obra necesaria. Teatro didáctico. Aprender deleitando, que decía Cervantes. Teatro ineludible, como el pan de cada día. Arte, historia, vida juntos. Es luminaria. Un tremendo trallazo hacia los que tendrían que ordenar el mundo y sus políticas y evitar tanto sufrimiento absurdo. ¡Bravo por la menina gorda de Velázquez! Teatro de denuncia y comedia de costumbres, en el sentido que retrata un comportamiento ácido de un segmento de la población hacia las personas obesas. Destacamos el texto, la interpretación, movimiento espacial…
Largo y Társilo, de Teatro del Temple y La República del Lápiz. Conflicto: la sublevación fascista contra la España Republicana. Un encuentro en dos tiempos distintos, fundidos en el presente: 1936 y 2022. Largo Caballero de paso por Valencia, acogido por una familia socialista. Reflexión cabal, juiciosa, estricta, diligente, sobre los hechos históricos acontecidos. Teatro histórico. También teatro de ideas. Destacar la interpretación de los dos actores, dirección y puesta en escena, la escenografía, el vestuario…
El Viejo y el Mar de Hemingway, de Teatro Che y Moche, una historia de perdedores, y también una historia de amor a la naturaleza, a los seres vivos. Una aventura que se adentra en la mar, a la busca de uno mismo… Un mundo de imágenes sugeridas, de sonidos, de sabores, un viaje en el que el espectador debería pasar hambre y sed y desasosiego y cansancio, y dar una cabezada y sentir la sal de la mar en los labios y respirar la brisa amable, henchida la vela de la barca en la que navega el imaginario. En un espacio mínimo. Teatro poético. Como decía el poeta, creer que un cielo en un infierno cabe. Destacamos la escenografía, un envoltorio preciosista, el argumento y el personaje del mocete.
Yerma, de La Dramática Errante, espectáculo desgarrador, apocalíptico, del que hay que decir que no recoge ni una sola frase del original de Lorca, pero que es contumaz, tanto como el texto de nuestro genial poeta granadino. Contiene un mundo fascinante que bebe de la inmediatez de nuestros días, golpeando impecablemente el rostro de los espectadores: a veces lo hace con una sonrisa, con un disparate, con una carcajada; otras, es un revulsivo, casi un veneno, es filo de navaja, es empujón a conciencia contra la conciencia del jiji-jaja, contra el estado de bienestar en el que aparentemente estamos cobijados. Al final, Yerma, tampoco llega a decir he matado a mi propio hijo. No importa; aquí los personajes están finiquitados. Es comedia acida, ¿comedia heroica?, ¿comedia de caracteres? Destacamos vestuario, banda sonora, interpretación de la actriz que hace Yerma, puesta en escena, escenografía…
Cada una de estas producciones presentadas pertenecen a categorías distintas del hecho escénico, e igualmente se mueven por registros escénicos diferentes. ¿Qué relación guardan entre ellas? Hay ciertos hilos que entrelazan unas a otras; por ejemplo, la obra Antígona protagoniza una producción –la de Cía. Chapitó- y a la vez es sostén ideológico del personaje de la obra de El Enterrador.
El Enterrador comparte temática, por proximidad, con Largo y Társilo, ambas muestran rincones, más o menos oscuros, de nuestra guerra civil.
La Menina. Soy una puta obra de Velázquez arranca de una pintura, y El Viejo y el Mar de una obra narrativa. Ambas trazan una parábola temporal que enriquece nuestra época actual. Sus orígenes son clásicos, y las propuestas están unidas por la inmortalidad de los lugares de procedencia y sobre todo de llegada.
En cuanto a La Margarita De Federico y Yerma el nexo de unión está en el autor, Lorca, que continúa impertérrito trascendiendo el tiempo, llevando de la mano a su querida Margarita.
Probablemente algunas de estas producciones aterricen pronto en nuestro Levante.
¡Salud y Teatro!
Paco Alberola