Al Teatro Principal alunizan propuestas escénicas de muy variado registro; tanto desde el texto como desde la interpretación. E igualmente desde el modo estructural en que son presentadas: diálogo o monólogo, cómico, trágico o tragicómico, serán comedia –con todas sus variantes-, tragedia –igualmente-; teatro mayor o teatro breve, en verso o en prosa, etc. Todo ello conforma la programación anual, o de temporada, de este concreto espacio teatral, diferenciada de otras salas como son el Teatre Arniches, Fundación Mediterráneo, Paranimf Universitat Alacant…, lugares de exhibición de espectáculos que, en conjunto, muestran el contenido y procedencia de las diversas propuestas que se recrean en Alicante.
No dejaría de ser interesante el mapa resultante. Quede para más adelante, por ahora nos centramos en estas últimas semanas de primavera, en el Teatro Principal, y, concretamente, en uno de los registros escénicos que desde hace unas temporadas se está reivindicando más: el monólogo teatral profesional (diferenciado del entretenimiento-monólogo del ¡ja-ja-ji-ji!, tan de moda en los últimos años, facilón y cutre tantos de ellos).
Con el patio de butacas a rebosar, el pasado viernes 13 de mayo vimos Oceanía, de Gerardo Vera, por Carlos Hipólito; el próximo viernes 20 de mayo podremos disfrutar de Silencio, de Juan Mayorga, interpretado por Blanca Portillo; ambos trabajos presentados en modo monólogo escénico o, como en otra época se decía, monodrama: forma autónoma del espacio dramático, subgénero específico en el que tan solo habla –e interpreta- un actor / actriz.
El monólogo es una figura escénica a la que nos solemos enfrentar la profesión –es un reto, no exento de riesgo-, y los motivos por que nos ponemos en esa tesitura obedecen a diversas necesidades u objetivos: podría ser una manera de probarse a sí mismo en un territorio escénico árido; y también por el placer de estar en el escenario vacío de otros intérpretes o personajes, coreado, acompañado tan sólo por las miradas palpitantes de los espectadores…; o quizás, por necesidad imperiosa de poner en escena un autor, un texto, una cadencia rítmica determinada… En el monólogo hay un modo de hacer especial en el que interpreta, evidente, al igual que hay un talante especial en el ver-mirar del espectador.
El monólogo, en esencia, es una sola voz alumbrando la acción dramática; en él, el personaje puede ser único o vario, incorporando a otros, presentes –mostrados- o ausentes -sugeridos-…; así mismo, puede sumar la figura del narrador, aproximándose hacia el recital, o la lectura dramatizada…, que son otra cosa totalmente distinta.
Suelen los actores cultivarlo, pues como decíamos, es una forma concreta de puesta en escena que contiene un delicado compromiso: elección del tema, episodio temporal en el que se muestra –actual, arcaico…-, disciplina o registro de movimiento (¿se acerca hacia una puesta en escena en la que priva lo textual, o lo expresivo corporal o lo rítmico dancístico, muestra elementos de mímica, utiliza máscaras…?). El monólogo contiene todos los elementos que conforman los espectáculos mayores, como es el conflicto escénico, objetivos, personaje(s), espacio escénico, caracterización de voz, utilería, escenografía, etcétera; y es, sin lugar a duda, trabajo de actor/actriz aparejado con las propias habilidades y capacidades: presencia, experiencia, corporeidad, capacidad para seducir al público… Monólogos recientes son los interpretados por José Sacristán –Señora de rojo con fondo gris-, José Luis Gómez –Mío Cid-, Lola Herrera –Cinco horas con Mario-, Nuria Espert –La violación de Lucrecia-… Y otros de autores como Jean Cocteau, Darío Fo, Kafka, Chejov, Beckett…; o nacionales como Sanchís Sinisterra, Sergi Belbel, Paloma Pedrero…, o los traídos a colación.
El carácter de los monólogos, con frecuencia, contiene una pequeña dote o aguinaldo, a veces en el texto (Silencio, de Mayorga, un discurso de entrada a la Real Academia Española en modo muy teatral), a veces en el intérprete (Carlos Hipólito, en Oceanía, de quien ya hemos referido en un artículo anterior). Al ser un trabajo digamos que de relojería escénica no toda la profesión lo enfrenta, pues es un lance que obliga a tener un dominio excepcional de la escena.
El monólogo suele ser depositario de un cierto magnetismo que embelesa, y estoy seguro que lo hipnótico que contiene –es una especie de aroma o bálsamo- se aprecia antes incluso de que se levante el telón y comience el espectáculo. La magia del teatro es esa: está presente previo a que comience el acto físico escénico, y permanece a posteriori -por mucho o poco tiempo- asombrándonos plácidamente.
Apuntar un par de cosas más: en fechas próximas podremos ver otros tipos de monólogo como son el de El Niño de Elche –concierto musical- en Gran Teatro de Elche, el 20 mayo, o el recital músico-teatral de María Bayo en nuestro Teatro Principal, más el trabajo poético Lorca en Nueva York de Alberto San Juan en el Teatre Arniches, ambos el 3 de junio. Así mismo, del 23 al 25 del presente mes, se puede ver el monólogo-performance titulado Io (Yo) de Etel Adnan, dirigido por el griego Theodoros Terzopoulos, en el que se trata “el mudo dolor del exilio”, en el Teatro Strehler-Teatro Piccolo, dentro del Festival Internazionale di Teatro en Milán -en donde estuve hace nada-, que se celebra del 4 al 31 de mayo.
Estos, y otros trabajos, son modos diferentes del monólogo creativo, tan vivo y explícito de nuestro ecléctico siglo XXI.
Es la magia de lo teatral.
¡Salud y Teatro!
Paco Alberola