El pasado lunes, 20 de junio, se representó, en el Claustro de Chinchilla, dentro del XXVI Festival de Teatro Clásico, la obra “Marcela, la hija del poeta”. Su autor, Jaufré Rudel, utiliza la parábola temporal como estructura dramatúrgica eficaz para recrear parte de la vida de Marcela, hija bastarda de Lope. Es el texto que la compañía R que R Producciones toma como base para la puesta en escena de la obra teatral del mismo título.
La propuesta describe una parábola que va de 1645 a 1621, desde los años de madurez de la protagonista y madre priora del convento, hasta la joven que decide ingresar en un convento de clausura. En ese retorno o salto temporal, entre ambas fechas, el personaje de Marcela evoluciona en dos planos: en el de la creatividad literaria –reafirmando su condición de autora- y en su particular vida dentro del convento, como religiosa; en las dos crecerá, pues ambas vías colaboran para que se muestre como personaje íntegro, por reivindicar en nuestros días.
Utiliza Jaufré Rudel, como soporte del texto escrito, el debate y la confrontación entre la protagonista, la hija inconforme, y Lope, su padre, personificación del mundo. Esta actitud vital de los personajes les da entereza y profundidad, pues no solo son lo que son sino lo que representan ser cada uno. Persigue Marcela con tenacidad su lugar en un entorno hostil y comprende que no lo tendrá fácil en la sociedad que le ha tocado vivir; pues si los hombres tienen tres opciones (letras, armas o iglesia), para las mujeres apenas queda mas que el matrimonio o en su defecto la clausura. Ella va más allá, quiere dedicarse a las letras, y entiende que sólo desde un lugar en el que el respeto la envuelva, podrá ser lo que desea ser. El lugar, único, que encuentra es el enclaustramiento en un convento de clausura, su matrimonio con Dios.
“Marcela, la hija del poeta” es un texto para escucharlo, o como antes se decía, para verlo de oído: hay fragmentos bellos, tanto de Lope como de sor Marcela. Algunos se llegan a representar frente a público como si el espacio de la representación fuera el convento de clausura (teatro dentro del teatro): “Coloquio espiritual del triunfo de las virtudes y la muerte del apetito”, algunos poemas en octosílabos o endecasílabos y la “Loa a la profesión”.
Los personajes protagonistas, Lope y Marcela, están dibujados eficazmente (determinante, ofuscado en ciertas ocasiones Lope); mientras que el de Marcela se nos presenta como un personaje inquieto que pretende ir más allá de su condición circunstancial, descubrir un mundo que le parece fascinante, el de la creación literaria, en el que permanecer sin ser sometida a control, ni como mujer ni como persona. Es ahí donde se nos presenta la grandeza de Marcela, pues decide, para mantener su libertad de creación, perder su libertad de acción, enclaustrarse, ingresando en un convento.
Junto a estos personajes están las hermanas de clausura que, a modo de coro, dialogan, interpretan canciones de época o ensayan alguna pieza de teatro (realizando graciosas coreografías de bailes y danzas de la época). Añaden un punto de comicidad fresca a la obra, creando un contraste grácil, lúdico en su ingenuidad, o su inocencia, a veces teñida de cierta picardía que les acerca como colectivo a un coro con tinte bufo, quizás no alejado de la Comedia del Arte -reciente en esas fechas- o a los coros joviales y burlones de la comedia de Plauto.
El vestuario, ceñido a lo histórico, busca en el blanco la pureza de las enclaustradas; el color oscuro y grave queda asignado a Lope, mientras que el brillante queda para el color del vestido de Marcela -rojos y dorados-, que, en combinación con la iluminación crearán matices ambientales en azul, ámbar, granate que recrearán aspectos emotivos en ciertos momentos de la representación –armonía o enfrentamiento, dialogo o imposición, etcétera.
La dirección está firmada por Ana Casas, mientras que el diseño de coreografías es de Elvira Carrión; vestuario y caracterización lo formaliza Ana Dolors Penalva; y el elenco lo forman Nhoa Fernández, Rebeca Costa y Clara Cremades (un trabajo coral exquisito en cuerpo, voz y movimiento), que junto a Ana Casas y Fernando Caride, conforman un gran equipo artístico.
Es el arte dramático un lugar ejemplar porque nos permite y nos avala para recrear lucidamente personajes, episodios, acontecimientos en vivo, en directo, como si el ayer fuera hoy.
En Chinchilla en su Festival de Teatro Clásico El conocimiento transforma a las personas, decía sor Marcela hacia el final de la obra. Lo creemos firmemente.
¡Salud y Teatro!
Paco Alberola