
Paco Alberola.- La tramoya es la parte desconocida y oculta del Misteri que facilita que su representación sea no sólo un espectáculo hermoso, sino también, grandioso.
A la tramoya alta se llega por una escalera estrechísima que desemboca a cielo abierto en la parte más alta de la Basílica de Santa María de Elche.
Nada más acceder a la terraza se ven los tejados de la ciudad, las palmeras en sus huertos, las montañas y el mar, y más cerca, a menos de cuarenta pasos, un grupo de hombres que se afanan en poner a punto la maquinaria aérea del Misteri d’Elx cada año: ellos forman el grupo de la tramoya alta.
Se conoce con el término “tramoya alta” al conjunto de personas y medios técnicos que aseguran, facilitan y ejecutan todas las acciones necesarias, siguiendo el guión del Misteri, cuidando que todo salga bien durante la representación. Está alojada, como su nombre indica, en la parte más alta de la cúpula de la Basílica, oculta tras el llamado «cielo», donde tienen construido una plataforma, jácena y entarimado de madera, que, junto a dos postes verticales -que sostienen la trócola-, las poleas y los tornos, representan en su conjunto algo parecido a la quilla de un barco. Desde allí se organizan y ejecutan todas las apariciones de aparatos celestes, que constituirán, en el plano vertical, la parte aérea del Misteri, algo insólito, recordado con asombro y entusiasmo, siempre, por todo aquel que haya asistido a su representación.
La tramoya alta está gobernada por una treintena de personas (una de ellas incorporada este año, la joven Lucía Quiles) que, juntos, forman un equipo de trabajo espectacular –nunca mejor dicho-. De ellos quiero hablarles. Con ellos estuve este verano durante la representación del Misteri, allá arriba.
Lo primero que sorprende es su capacidad de trabajo y colaboración, trabajo que es todo manos y cuerpo, en un espacio reducido, en coordinación perfecta. Instalados en lo que se llama el «tambor de la cúpula», una especie de isla o península –que ellos construyen, como nido en voladizo- montada sobre el vacío del templo a una altura de treinta metros. Esta plataforma recuerda la estructura de un puente de barco, o la proa del mismo. A este mínimo espacio se accede desde los laterales, dos ventanales-puertas que durante el resto del año, cerradas, son dos de las muchas vidrieras que dan luz y color a la cúpula. Abiertas dan paso a los tramoyistas y a todos los personajes que van a descender durante la representación.

Al frente de todo el equipo está el Mestre vila, responsable coordinador de todas las acciones, cargo que se hereda por línea directa familiar, y que Juan Antonio Quiles, actual Mestre vila, recibió de su antecesor familiar, Vicente Quiles, que, a su vez heredó del suyo, etc., cargo que ocupará su hija Lucía Quiles, primera mujer Mestresa vila que ejercerá esa función. Porque a partir de este año el tema se está actualizando, abriéndose a que no sólo el varón pueda ocupar el puesto, sino también la fémina: de padre a hijo, de padre a hija y, seguramente, de madre a hijo o a hija, como es posible que sea en un futuro.
Debemos destacar que este cargo es importantísimo, pues organiza numerosas acciones: revisa los materiales, sigue un guión estricto de tareas, coordina los grupos de trabajo, corrige, resuelve dudas o incorrecciones, supervisa, ejecuta, da la voz de comienzo o de final, etc. Su labor sería la que desarrollan en una torre de control los controladores aéreos o en un teatro el regidor y jefe técnico de escena; el Mestre vila conoce todo el movimiento de personas, máquinas y acciones precisas para que la representación tenga lugar como se ha planificado, y de esa forma se desarrolle.
Pero, así como el realizador en la sala de teatro ve, oye y percibe en tiempo real todo lo que sucede en la escena, y eso le permite un control exhaustivo y detallado de las tareas, nuestro mestre de tramoya alta no ve nada de lo que ocurre en la representación del Misteri, ni él ni nadie de los que están arriba, nunca, salvo los instantes en que está abierta la trampilla o porta del cel. Nadie ve lo que ocurre abajo, pero, sí oyen. En la cúpula escuchan el sonido de los cantos, del órgano, de las voces, del alboroto cuando lo hay, de los aplausos, de la apertura de las puertas del templo, de los cohetes, de las campanas, deduciendo lo que está ocurriendo únicamente por lo que -atentos y en silencio- oyen. Y también por lo que llamamos un conocimiento interiorizado de lo que es la representación del Misteri, forjado por los ensayos, las representaciones año tras año, desde niño o joven, con el padre o el abuelo… a lo largo del tiempo.
Todo está interiorizado y sorprende gratamente que no exista un guión escrito que sea guía a seguir y, sin embargo, todo está en ese instante, en ese lugar, a la perfección: cada uno sabe qué tiene que hacer en cada momento. Palabras como “¡obri!, ¡tanca!, ¡va pá baix!, ¡va pá dalt” dichas a media voz, y en valenciano (la llengua que canta el Misteri), y sobre todo las manos de todos que no paran un instante; coro de manos cogiendo, enrollando, tirando, enganchando, avisando, corrigiendo, quitando, poniendo, dando, transportando, anudando, apretando, estirando, abotonando, etc., en el espacio mínimo de esta isla suspendida en el cielo de la Basílica -como por milagro- yendo de un lado a otro, facilitándose el paso, como si realizaran una coreografía de baile diseñada; unos de pie, otros de rodillas, o de perfil, o tumbados, agachados, pendientes de los compañeros, facilitando la tarea…
Un equipo que trabaja y respira en equipo, que se prolonga en los tornos de la terraza, en donde están las grandes ruedas movidas por los tramoyistas externos, a compás perfecto y ritmo constante -como bueyes sagrados arando los cielos- que van dando cuerda, o tomando, para que desciendan o se recojan los artefactos aéreos conocidos como la Magrana o núvol, el Araceli y la Trinidad o Coronación, tres aparatos, suspendidos por sogas trenzadas o maromas, que nos asombran cuando asoman -casi por arte de magia-, colgantes en el cielo de los cielos.
La representación del Misteri tiene cotas altamente conmovedoras que coinciden con la aparición de estos aparatos a vista de público; esos momentos se suelen acompañar con un profundo y brutal bramido del órgano del templo, a la vez que se disparan varias tandas de cohetes que, con su larga trayectoria aérea nos elevan emocionados. Sobre la jácena se oye: “¡obri!”, que dice Juan Antonio, y Felipe tira de la cuerda y la puerta del cielo, “oberta” se prepara para recibir la Coronació. Antes, por esa misma puerta del cielo se ha derramado un torrente o catarata de oropel que se desparrama descendiendo –con una lentitud de siglos- hacia el Cadafal, mientras el órgano aúlla y la pólvora estalla y el carácter épico de estos tramoyistas esforzados hace brillar todo para que todo funcione correctamente, admirablemente una vez más.
En el exterior, las campanas revolotean como palomas mensajeras llevando las noticias por los aires de nuestra ciudad que estos hombres y esta mujer forjan radiante ahora también, como se hacía desde siglos atrás…
Los tramoyistas han hecho posible la ascensión al cielo de muchos de nosotros, espectadores -creyentes o no- con la representación mágica del gran misteri que es El Misteri d´Elx.
Desciendo escaleras. Me tiemblan –sólo un poco- las piernas, creo que más por la experiencia del extraordinario espectáculo vivido desde la tramoya alta, que por el descenso.
Estoy de pronto en la calle. Veo el suelo salpicado del oropel caído del cielo.
Paco Alberola es profesor de teatro, Doctor en Ciencias Teatrales y director de La daga boba teatro.
En el marco del Festival Teatro y Música Medieval de Elche, se ha organizado una serie de representaciones del Misteri d’Elx, que tendrán lugar los días 26 y 27 de octubre y el 1 de noviembre.