Escribir en colaboración es tarea compleja. Lo normal en la historia del teatro sería lo contrario, y todos recordamos tantas obras y tantos autores que firman individualmente. La colaboración es, a veces, un recurso hábil para elaborar una dramaturgia que, vista desde “cuatro ojos” y elaborada a cuatro manos, puede aportar elementos innovadores, interesantes. ¿Cuándo resuelven dos autores/as trabajar juntos? No hay regla fija ni parámetros sociales o culturales que determinen por qué deciden crear un único texto al unísono. Y no deja de ser una decisión admirable. Ejemplos de dobles autorías y colaboraciones tenemos varias. Una de ellas es Lamento de Jean Nicot, de Antonio Cremades y Pedro Montalbán, obra creada al calor de las últimas ediciones de la Muestra de Teatro Español de Autores Contemporáneos. De esta queremos hablarles.
La obra es una especie de juguete cómico –¿tragicomedia? – que trata del tabaco (nicotina dimana de Nicot), de su consumo y de las consecuencias terribles que a veces acarrea, no siempre placenteras o afortunadas.
Utilizan los autores para su construcción un formato textual multidisciplinar pleno de recursos escénicos: monólogos, diálogos simples, diálogos cruzados múltiples, teatro de objetos –máquinas de hacer cigarrillos y reflexiones hamletianas de una cajetilla de tabaco-, proyecciones sobre pantalla, voces grabadas… Hallamos en la obra referencias a Arniches, Marx, Tarantino, Chejov, Beckett, Calderón, Pirandello, Shakespeare y Sinisterra; e igualmente se mencionan fragmentos de personajes de ficción como Segismundo –La vida es sueño-, Niujin –Sobre el daño que hace el tabaco-. o Macbeth… Tiene Lamento algo de carrusel o tío vivo que, girando, girando, nos muestra acciones, personajes y situaciones en una estructura dinámica circular.
La obra muestra las inquietudes artísticas de un grupo de personas que se han asociado para hacer teatro, que ensayan un supuesto sainete de Carlos Arniches, inédito, que trata de un robo en la fábrica de tabacos de Alicante y del incendio ocurrido –histórico-, a mediados del siglo XIX. Partiendo de este argumento exponen nuestros autores otras líneas temáticas (los programas de ayuda social y terapéutica, así como las enfermedades que provoca el consumo de tabaco o el negocio mundial de su comercio), desarrolladas en escenas, con diversas estructuras dramáticas y formas dialogales.
Conoceremos que los personajes descubren que el sainete (del que ignoramos el título) no es de Arniches y que ha sido escrito por el director del grupo –peripecia propia del espíritu sainetesco-. Sabremos también que algunos de los integrantes del colectivo no están conformes con poner en escena el apócrifo texto, por lo que desde un principio oiremos voces disonantes (p. 27, 28, 41) que proponen buscar otras propuestas como un monólogo, una comedia musical, un Auto de Fe (p. 71,72, 75); que los personajes sainetescos (Esc. II, V, IX) operarias, amas de casa, gerente, vigilante…, están caracterizados como “tipos” -en el habla, en la clase social a la que pertenecen, en el cargo que ocupan en la empresa- y comprenderemos enseguida que la estrategia que han planificado es prender fuego a la fábrica para ocultar el hurto de tabaco, asustando al vigilante, haciéndole creer que la muerte le llama.
Descubriremos, por otro lado, que algunos de los interpretes están con tratamiento médico –intuimos una enfermedad grave-, y que reciben apoyo terapéutico asistiendo a talleres (Esc. XI) como el de teatro, del que forman parte. Igualmente sabremos que alguno de ellos no ha acudido al ensayo por estar hospitalizado (Esc. II), cosa que preocupa al colectivo.
Cabe matizar un par de escenas que, como soporte expresivo emplean la proyección sobre una pantalla, en la que se muestra a Jean Nicot (personaje histórico) en distintas épocas (desde el siglo XVI hasta nuestros días) ocupado en tareas como enviar a la reina tabaco, hablar sobre su producción o hacer una conferencia sobre sus componentes químicos, gases, alquitranes (Esc. I, IV, VI, X, XII), en escenas salteadas entre las del sainete y las de ensayos.
Hay otros materiales (Esc. VII y VIII) a destacar: la personificación de las máquinas que harán el trabajo de las sustituidas obreras (pp.48-58), y un gracioso monólogo -en off- dicho por una cajetilla de tabaco vacía abandonada (pp.59-63), parodia absoluta del “ser o no ser” hamletiano. Hay una tercera escena (Esc. III) en la que vemos a cada una de las personas que integran el grupo realizando acciones (pp.30-32) como contratar un seguro de vida, pergeñar subvención para el estreno del sainete o informarse del estado de salud del que no ha acudido al ensayo. Hacia el final (Esc. XI, la catarsis) una llamada confirmará su muerte; y en la última escena, la del velatorio, el que ha hecho el papel de director dirá: La vida no es más que un panfleto (…) ¿A quién le importa la vida de los demás? Me llamo…, maldigo la nicotina. (p.80), frase que todos han repetido.
La obra acaba con la acotación En la pantalla se proyecta la letra del tango, como en un karaoke; acotación que, personalmente, me sugiere un doble final: cerrado, si como personas aseguran estar en contra del tabaco; o abierto, si como personajes se sitúan en un laissez faire, laissez passer, bailemos, fumemos, y aprovechemos lo que tenemos, un Carpe diem sainetesco, actitud sumamente light en algunos sectores de nuestra sociedad actual.
Lamento de Jean Nicot es una obra en la que abundan las acotaciones, necesarias para entender su carácter de multiplicidad; en la que el conflicto escénico se decantará hacia lo cómico o lo trágico según permanezcamos en el sainete, o en el vulnerable y enfermizo colectivo, y en la que el movimiento escénico de personajes, máquinas y objetos quedará condicionado al contexto de su puesta en escena que, como decíamos al principio, podría acercarse a un carrusel o tiovivo, intuyo que disparatado, y, en cierto modo, barroco.
Cuando ustedes lean Lamento de Jean Nicot no encontrarán nada en absoluto que indique que ha sido escrito por dos autores en colaboración. Porque al final intuimos que sólo la belleza de las acciones humanas –también las literarias- es lo que determina su grandeza, y que su esplendor, fugaz o perdurable, únicamente el tiempo es capaz de asentar con autoridad.
¡Salud y Teatro!
Paco Alberola