Hablar de La Celestina siempre es posible. Es tanto el material que contiene que, con cada propuesta escénica, siendo la misma obra, se nos muestra por caminos escénicos diferentes, separados y a la vez muy próximos. Esto es lo que ocurre con lo que llamamos textos clásicos. Sus personajes los veremos aparecer a lo largo del Teatro del Siglo de Oro con otros nombres; así Celestina será Fabia en El caballero de Olmedo, de Lope, y Teodora, Terecinda y Portero –un alcahuete- en El infamador, de Juan de la Cueva; la pareja de enamorados cubrirán una extensión que podría ir desde Plácida y Vitoriano, de Juan del Enzina hasta Los amantes de Verona, de Rojas Zorrilla; los criados los encontramos en la mayoría de obras, a veces aproximándose al bobo, al renegado o al gracioso como es Clarín en La vida es sueño, o Brito en El Príncipe Constante, de Calderón; el padre, con el lamento por los hijos muertos lo oiremos en El bastardo Mudarra, de Lope o en Los Infantes de Lara, de Juan de la Cueva, etcétera.
La Celestina es, como saben, un texto clásico, atemporal, y así la vimos en la propuesta que en el Teatro Principal se ha representado.
¿Qué decir de nuevo, que no se haya dicho? Lo primero, que el texto es adaptación teatral de uno de nuestros autores contemporáneos más sólidos, del que últimamente hemos visto varias obras, como son La profesora, La curva de la felicidad o la adaptación de Los pazos de Ulloa; hablo de Eduardo Galán.
En su propuesta dramatúrgica esta Celestina comienza con la escena del desenlace final, con la parte trágica, la que no tiene remedio, la que provoca el mutismo, la congoja, la reflexión, y en cierto modo la catarsis del espectador: Melibea, ante el asombro de Pleberio, su padre, se arroja al vacío.
Melibea, desde la torre, es incapaz de entender la vida sin Calisto, que la ha transportado a un estado sublime, como es el del enamoramiento. El resto de la obra, me atrevo a afirmar, son las martingalas propias de que nos valemos los humanos para apalancar, formalizar, dar afeite, y solucionar el día a día.
De la interpretación de los personajes resaltar el trabajo de Anabel Alonso y el de José Saiz, que, como intérpretes maduros, con un registro amplio de recursos, ambientan y dan lustre al conjunto del elenco que, en buen equipo, cursan una extensa representación.
De la puesta en escena, a mi entender, cabe perfilar ciertos elementos escénicos, como es el desarrollo de las acciones complementarias (aquellas que los personajes ejecutan mientras dialogan con el otro), como es limpiar las botas, puntear y hacer música, cantar o batirse en entrenamiento de esgrima.
En cuanto a vestuario, utilería y escenografía, echo en falta concretar en qué época se mueven los personajes -¿el tiempo de las estructuras de hierro, el de los sables o el del gabán de Pleberio?-; igualmente creo que ajustar la iluminación específica, selectiva, acomodaría los diferentes espacios -la calle, la iglesia- de las escenas en que Pleberio y Celestina, conductores del relato, se encuentran y debaten; o de los momentos en que los personajes –Celestina, Sempronio, Pleberio…-, rompiendo la cuarta pared, se dirigen a público reflexionando o moralizando sobre las conductas humanas.
Por último quiero destacar las escenas dobles, a tiempo común, entrecruzadas –un acierto que facilita que el ritmo se mantenga, signo de la contemporaneidad de la puesta en escena-; y resaltar, sobre todo, una de las últimas, aquella en que Melibea está a punto de arrojarse al vacío y dialoga con su padre, construcción a tres bandas, escena muy lograda en la que vemos en dos planos distintos una misma acción –en primer plano Melibea y Pleberio; al fondo sobre la torre un personaje que representa a Melibea que le da altura, profundidad y consistencia-. La escena acabará con el salto al vacío de Melibea en primer término, “como si” –puro teatro- hubiera caído desde arriba. Sabemos que es ficción, sabemos que es teatro, que tiene fuerza emotiva. La escena transmite una imagen poderosa que será una buena plataforma para que el lamento de Pleberio tenga solidez y envergadura, algo que el público entendió y supo agradecer con los aplausos y con un permanecer en pie durante varios minutos, pues en general, la propuesta de esta última adaptación de La Celestina gustó mucho.
Enhorabuena para todo el equipo.
¡Salud y Teatro!
Paco Alberola