El viaje del salmón, de Toni Misó y Guille Zabala, coautores, la vimos el pasado día 12 de noviembre en el Teatro Arniches. La obra toma como referencia y base la del autor estadounidense David Mamet, titulada Una vida en el teatro, rescatando o acogiendo algunas de las veintiséis escenas que componen el original. La propuesta que nos presentan ambos autores, e intérpretes, nos ilustra con escenas que ocurren en el escenario de un teatro, tratando el espacio escénico como si fuera tanto escenario, como camerinos, sala de vestuario, sala de ensayos, entre cajas, etcétera. En los diálogos, las breves escenas juegan opinión contrastada en el modo de entender el hecho teatral, entre un actor que empieza –un actor joven-, y otro que, en el cenit de su carrera profesional, ha vivido e interpretado papeles de todo tipo a lo largo de muchos años de pisar las tablas.
El viaje del salmón, obra de creación, es un excelente pretexto para hablar nuevamente del teatro y de su función social y artística, y hacerlo desde dentro mismo del teatro, con dos personajes de distintas generaciones, que juegan la ficción de que la capacidad de resolver es mayor cuanto mayor es la dedicación temporal.
El viaje del salmón es también un cuento en el que un jovenzuelo y poderoso salmón, que brinca como dios, salva obstáculos para desovar en el lugar más remoto; el salmón entrado en años, debería llegar, o no, pues su función también puede ser la de vadear los ríos, restablecer rutas de acceso, esquivar corrientes adversas que te puedan desviar o llevarte a lugares no deseados; además, puede que este salmón se oriente mejor, que facilite el viaje, que sepa el camino no solo por el curso de las aguas, también por el devenir de las estrellas…
La escenografía es la propia del espacio escénico en el lugar donde se actúa, con sus dimensiones: una larga percha que sostiene el vestuario, una mesa y poco más; un espacio en el que caben fragmentos de Macbeth, o poemas servidos entre trago y trago de agua embotellada, mientras se dice aquel soneto de Quevedo: Ayer se fue; mañana no ha llegado; / hoy se está yendo sin parar un punto: / soy un fue, y un será, y un es cansado.
El lugar de la representación es el propio teatro, como hemos dicho, guiño directo, en el que ambos protagonistas se mueven por el escenario mostrándonos la urdimbre, las entrañas del hecho teatral, con fragmentos de escenas, ensayos, estiramientos, calentamiento de cuerpo, de voz en los preámbulos de la representación, camerinos que acogen a los interpretes tras la representación, con despedidas “hasta mañana” o comentarios de alguna escena en especial “que no ha estado mal, aunque, si me lo permites, en mi opinión…”; o roces con alguien de la compañía, etcétera.
Toni Misó esta simplemente magnífico, resolviendo sobre la escena como si nunca se hubiera bajado ni para tomar café; el hecho teatral le es cercano, claro, y próximo; baste recordar su último trabajo en Las Danesas: un tipo decadente, en el límite, dulcemente al borde de un barranco. Y Guille Zavala, que le va a la zaga. Ambos forman un tándem locuaz, rítmico, empático, al servicio del teatro. El actor, la actriz, como saben ustedes, nos facilitan un viaje extraordinario, exquisito…
Por último, anotar que la idea de la propuesta escénica podría contener, quizás de soslayo, o tangencialmente, dos textos clásicos del debate sobre el arte del actor: La paradoja del comediante, de Diderot y El Veneno del teatro de Rodolf Sirera (que Esclafit Teatre lleva en repertorio, por si desean verla). En El viaje del salmón los personajes, un tal John –o Guille- y un tal Robert –o Toni-, cuestionan actitudes inherentes a la interpretación, y lo hacen desde el lado de la trinchera, es decir desde el rio, es decir desde el lugar de la praxis o representación teatral, desde el lugar en que el salmón, en su viaje, se deja las uñas para navegar, no solo nadar.
¡Salud y Teatro!
Paco Alberola