El perfume del tiempo sucede en Buenos Aires, en 2010.
La obra está a medio camino entre el teatro histórico y el teatro documental, con referencias implícitas a la represión, torturas, asesinatos y desapariciones que sufrieron muchos militantes de izquierdas tras el golpe de estado realizado por el general Videla en 1976. Igualmente reivindica, de modo explícito, lo que fue la resistencia del movimiento ciudadano, presente en el texto a través de un personaje femenino, miembro activo del colectivo de las Madres de la Plaza de Mayo.
Toda la obra gira alrededor de estos dos polos, situada así entre la represión y la necesidad de justicia, aún varias décadas después del brutal golpe de estado.
El perfume del tiempo se inicia con unas escenas ligeras, casi inocentes, que preparan el desarrollo de la obra: en ella vemos al personaje del padre, enérgico, quizás enfadado de más, regañón con la visita de sus hijos, Gabriela y César, y gruñón con los que no le visitan: su yerno, la novia de su hijo… Vemos, así mismo, que se ocupa en una tarea especial, como es la elaboración de perfumes, tarea que le da un cierto aire de erudito o filántropo, como de alguien que se dedica a ello porque tiene un espíritu digamos, altruista, o humanista, que es capaz de probar fórmulas, hacer mezclas, como si fuera, en cierto modo, un generoso alquimista.
El argumento o la trama permanece como ambientada en un tono suave de comedia, en donde no ocurre nada fuera de la normalidad; hasta que Sofía, una mujer mayor, aborda en la calle a Gabriela, la hija, y le insinúa con insistencia, que podría ser hija adoptada, que podría no ser hija del que cree ser su padre, que podría ser uno de los bebes acogidos por los llamados “padres apropiadores”. En ese punto comienza la verdad de la pieza, ahí se hace interesante, ahí aparece el verdadero conflicto que tiñe ácremente el resto de la representación.
Lo que en un principio había comenzado como un juego superficial familiar (padre gruñón, hija que se queja, hijo complaciente), de pronto empieza a tomar otra forma: la duda sobre los verdaderos padres entra en el personaje de Gabriela, duda que se derrama hacia el resto de los miembros de la familia como cera liquida. Poco a poco la incertidumbre los arrastra a todos hacia lo que será una clara confirmación.
Hay una vuelta de tuerca más: el personaje de Sofía es una de las madres que se manifestaban en la Plaza de Mayo. Ella, aportando pruebas contundentes, muestra a Gabriela que la mujer a la que mataron -la madre de Gabriela- era su hija, y que, por tanto, ellas son nieta y abuela. Sólo quedará la prueba de la sangre que confirmará lo que se espera: efectivamente, Gabriela es hija de una pareja asesinada, su verdadero nombre era Victoria, y es nieta de Sofía.
A partir de aquí la obra, que ha girado, se presenta en toda su crudeza y se muestra en lo que es: teatro testimonial, histórico, social, político, reivindicativo… Las escenas se suceden con buen ritmo, distribuyéndose, bien en la casa bien en la calle, apoyados ambos espacios escénicos por una pantalla en la que se proyectan imágenes de la dictadura, con una escenografía esquemática, algo fosca, pero a la vez funcional que posibilita jugar varios espacios dentro de la misma casa. Importante destacar la iluminación, a mi parecer escasa, no se si buscada como recurso escénico, o accidentalmente encontrada, que pone sombras donde no debería haberlas, o recrea ambientes raramente iluminados –luz de exterior, o del sol, etc.-
Por ultimo comentar que El perfume del tiempo se sustenta dramatúrgicamente en tres pilares altamente significativos: el primer puntal se asienta sobre el personaje del padre, Héctor, con su oculta ideología pro-golpista, cercano al dictador. El segundo, viene representado por la exigencia de justicia, personificada por el colectivo de las Madres de la Plaza de Mayo. El tercero y último, quizás el más potente, es el núcleo de los niños raptados y/o adoptados, cuyos padres biológicos detenidos, fueron torturados, asesinados o desaparecidos.
La obra no puede acabar bien con estos ingredientes; y así, el desenlace se encauza hacia lo que irremediablemente toda persona bienpensante desearía se resolviese, que no es más que la reparación personal, en la medida de lo posible, y la aplicación de una justicia digna, que recoloque las cosas en su lugar. Para que se conozcan los hechos sucedidos y, en la medida de lo posible, sea más difícil que algo parecido se vuelva a repetir.
¡Salud y Teatro!
Paco Alberola