Es sorprendente el nivel dramatúrgico de algunas propuestas escénicas que he disfrutado en los últimos meses; afirmo haber visto, al menos, media docena de espectáculos, innovadores, punteros y graciosos, de esos que es difícil que olvides, de esos que te llevas contigo a casa y siguen varios días después rondándote por la cabeza. Me acaba de ocurrir con dos espectáculos, y debo confesar que, en un mismo día, con dos compañías distintas, categorías distintas, absolutamente diferentes en su estructura dramatúrgica, argumento, personajes, publico al que van dirigidos, aunque procedentes de un mismo territorio: Mallorca.
Ambas representaciones (en el 11 de noviembre) se han dado alejadas una de la otra por varias decenas de kilómetros de distancia; una ha sido por la mañana, la otra por la noche y las dos han estado dentro de la programación de un evento escénico oficial: Acorar ha sido parte de la programación de la Muestra de Teatro Español de Autores Contemporáneos de Alicante; mientras que Las pequeñas cosas, de La mecánica, ha estado en la Feria de AA.EE. y Musicales de Castilla la Mancha, en Albacete, espectáculo éste para todos los públicos, con manipulación de objetos, títeres, teatro escolar, color, lleno de luz y sonidos, familiar.
Acorar, de Produccions de Ferro, en cambio es espectáculo para adultos, raíces, identidad popular, exquisitamente estremecedor por las verdades como puños que, de modo lógico-lúdico nos cuenta su único protagonista, en un monologo acertado, perspicaz, repleto de paisanos y gentes apegadas a la tierra, que posiblemente ya no existan, muy sutil. Lo vimos en el Teatro Arniches; de él quiero hablarles.
Acorar es el término con que se define la acción de matar, o sacrificar un animal, de modo rápido, sin que él perciba ese momento, y hacer que ocurra envuelto en un evento mayor –casi una fiesta- que lo impregna todo y lo suaviza todo, como es la matanza del cerdo, acción final de otras muchas tareas que la dedicación familiar realiza durante meses: crianza y alimento del animal, para que, una vez sacrificado, él mismo sea el alimento que dé posibilidad de seguir viviendo y comiendo a toda la familia, al menos, a lo largo del año siguiente.
Esto es la superficie del monólogo: en el subtexto, nos encontramos con una propuesta, con un discurso que es un grito de atención sobre la pérdida de identidad de los pueblos, en este caso el mallorquín, que, al igual que otros, se ha vendido –se están vendiendo- a golpe de talonario a foráneos venidos como nuevos conquistadores, y que comprando una casa en el campo y unas tierras, están comprando, si eso lo multiplicamos por cientos o miles de compras, en una expoliación no solo del suelo y el cobijo en el que vivían las gentes del lugar, sino que también (y eso es lo grave) se están perdiendo, en la compra o en la venta, costumbres, relaciones familiares o estructuras ancestrales de relación con el medio.
Porque cuando se vende, se está vendiendo no solo lo que oficialmente consta en la escritura, sino que también se están vendiendo las sendas, las acequias, los márgenes arcaicos de las veredas, los caminos que conducen a esos lugares, la parte correspondiente de paisaje que desde esa posición ancestral ha compartido una agrupación familiar y cada uno de los individuos que la componen, y los sueños y vivencias que les ha formado como personas, con sus matices lumínicos matinales o vespertinos, sensaciones corporales, olores, sabores, contactos con el alrededor que nos circunda.
Acorar es una llamada de alerta, pues no solo lo dicho se está disipando, o difuminando, sino que también tras la venta, o la compra, las necesidades cambian, las relaciones humanas cambian, los objetos, las herramientas, los útiles cambian y como consecuencia de ello las palabras cambian… Y cambian las estructuras espaciales, relacionales, la continuidad del grupo que protege, cuida, comparte, resuelve… Se pierden los conceptos, pues no tienen palabras en qué apoyarse, y tras eso, ¿qué se pierde?
Acorar es un grito en el desierto de alguien que ha visto venir el lobo, es un grito desgarrado que advierte y confirma. No es un mensaje tremendista el que nos regala el protagonista, es sólo una llamada que reafirma lo que ha ocurrido, lo que está ocurriendo con nuestra identidad, extrapolable más allá de las fronteras particulares, es una advertencia para rescatar, al menos de la memoria histórica, los fragmentos de raíces que todavía podrían germinar en cada uno de nosotros. Acorar es un bello canto, y podría ser un fragmento de El Viaje a Ítaca, de Konstantín Kavafis, o al menos así a mí me lo parece, Pide que tu camino sea largo. / Que numerosas sean las mañanas en que con placer, felizmente, arribes a bahías nunca vistas. (…); entendiendo por bahías nunca vistas el goce y disfrute de las pequeñas cosas que nos da la vida.
El monólogo está interpretado por Toni Gomila, actor, que hace un verdadero alarde de dicción, pleno de ritmos, pausas, intenciones, capaz de transmitir imágenes precisas y exactas, cantarinas, de muchos de los conceptos que forman el imaginario colectivo cultural, parte intrínseca del mallorquín, una delicia escuchar su verbo locuaz, lleno de matices fónicos, lleno de matices expresivo corporales, dando vida por un segundo a distintos miembros de una familia apegada a la tierra, antes de la llegada de los nuevos propietarios: alemanes, americanos…
Dice el intérprete algo así como: ahora somos capaces de distinguir un modelo de coche o de teléfono y decir si es un GTI o un GTX, o un IPhone, por ejemplo, pero tenemos dificultades, o somos incapaces de reconocer un pájaro, un árbol y apreciar la diferencia que hay entre una higuera y un almendro, una vid de una enredadera, o distinguir un verderol de un humilde gorrión, … se pierden las palabras, se pierden los conceptos; ahora no hay más que árboles o pájaros o flores; aunque, afortunadamente – añado yo- un servidor cree que somos capaces, todavía, de distinguir entre una coliflor y una rosa, o un galán de noche de un jazminero, exquisitos ambos en su perfume ancestral, atávico, solariego, tan parecidos entre sí y tan distintos como lo somos las personas. Eso creo.
Acorar es un espectáculo en el que vestuario –un mono gris-, iluminación, banda sonora, movimiento escénico y escenografía -una plataforma y un panel- están al servicio de la idea de la escrupulosa puesta en escena y la eficaz y exegética unidad de estilo.
Acorar es un espectáculo necesario.
¡Salud y Teatro!
Paco Alberola